El VIH no es un problema de otros

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Hace casi 30  años que el VIH irrumpió en la vida de los seres humanos. La primera reacción fue el rechazo, curiosamente desde ángulos distintos. En aquellos momentos iniciales se consideraba que el VIH y el sida eran un asunto exclusivamente de los homosexuales. La homofobia se hacía eco para la no aceptación. 

 

Como se sabe, en otro tiempo las personas con VIH y con sida eran recluidas en sanatorios. Un tratamiento intensivo, especializado, pretendidamente puntual, no dejaba de ser una forma de exclusión.  La fórmula pudiera parecer plausible en el orden práctico, pero supone –ya se ha demostrado hasta la saciedad—complicaciones desde el punto de vista psicológico y de la propia libertad individual.

Ya parece superada esa etapa. Tratamiento y no encierro es lo que necesitan la persona con VIH y la que llega a contraer el sida.  Nada justifica el rechazo. Barreras para conseguir trabajo o para insertarse en la vida social, son problemas verificables. En esto determina el desconocimiento sobre las vías reales de transmisión del virus de inmunodeficiencia humana, muy a pesar de que es un tema demasiado recurrente en las campañas publicitarias gráficas y mediáticas.

Por un lado, se mantiene la actitud de distanciamiento de la gente con respecto al VIH y al sida.  Se sigue pensando que es algo que no va con uno, que es un problema de otros. Por el otro, esta historia de casi 30 años vislumbra que demorará todavía en lograrse la vacuna salvadora, que hacen falta propuestas de prevención más atractivas, que impliquen una participación plural. Es una manera de hacer efectiva la aceptación.

Antes al mencionar la palabra sida solo se pensaba en la  muerte. Por fortuna, un grupo de profesionales de la salud en Cuba, laboran por  encontrar  nuevas estrategias, tratamientos menos dañinos y mucho más efectivos.

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