Los Mártires de Chicago se inscriben en las mejores formas del arte, en la realidad cotidiana que decide la cultura. Ellos mismos resultan el homenaje al trabajo, la reconocida fuente de la riqueza y constitución de la calidad de hombres y mujeres.
Devinieron símbolos de la emancipación del trabajo para certificar un sello de identidad universal. Desde el recuerdo, se concibe una jornada de lucha, con lo que la historia se convierte en un suceso vivo y permanente en las calles.
Difícilmente exista una fecha tan ilustrativa para la disquisición antropológica como el Primero de Mayo. Desfilan todos los colores identitarios, con el ritmo que define cada cultura. Por las ciudades cubanas transitan tradiciones y costumbres, sobre todo, aquellas que colorean la resistencia y el heroísmo.
En el Primero de Mayo concurre toda la teatralidad posible. El escenario se vuelve plural, diverso, sin límites determinados donde cualquier trabajador resulta protagonista. La fiesta asume el contenido de la acción plástica de mayores proporciones que se tengan noticias. Pasa la novela fabril, la canción primigenia de trabajo, la poética de lo diario, el acto humano de inmenso valor documental.
Los hijos del Maestro encuentran en este día una conexión práctica entre su homenaje a los Mártires de Chicago y la necesidad que tienen hombres y mujeres de asociarse. El Primero de Mayo insurge con la congregación, dispuesta hasta en las sagradas escrituras. Todo cambia, pero el trabajo guarda las claves permanentes para fundar humanidad, disponer carácter, cultivar el oficio de la creación y, sobre todas las cosas, unir.