Me encantan las plantas, ellas despejan mi mente, me animan. Las riego en el anochecer, las observo y trato se sembrar otras nuevas siempre que puedo. Mi esposo me ayuda, hace poco trajo dos príncipes negros y solo uno quedó preso, pero allí está, mira cómo tiene hojitas nuevas….
Pero en el mundo de Alicia hay otro paisaje gobernado por Sander, el hijo menor que llegó a su vida el 17 de mayo de 2002.
El parto fue difícil y prolongado, recuerda ella. Sufrió una hipoxia severa que le provocó lesiones importantes en su sistema nervioso. Como era más joven y no tenía experiencia, al principio no me di cuenta de lo que ocurriría después.
Los siguientes siete años fueron de rehabilitación en el Hospital Julito Díaz de La Habana, sin los resultados alentadores que tanto deseaba. Y entonces, el color de su universo cambió cuando solamente contaba 28 años de edad.
Hubo otros niños que entraron en rehabilitación con él y avanzaron mucho. Se le hicieron todos los potenciales, y el de la audición le dio bien, pero tenía afectado el sistema motor. Algunos especialistas pronosticaron que él no hablaría nuca debido a los daños en su cerebro. Sin embargo él sí pronuncia algunas palabras. Me dice Icia, al abuelo le dice yaya y dice también papá.
Hay un código construido entre Alicia y Sander que en la casa todos conocen. Si él tira besos es que aprueba lo debe hacer, lo comerá o las palabras que le dicen. Se saborea si mencionan sus alimentos preferidos y se enoja si advierte un gesto o una frase de reproche.
En la habitación Alicia comienza a vestir a Sander para la fotografía que quiero tomar. Es trabajoso, lo reconozco, porque él hace muchos movimientos involuntarios, sin embargo no deja de mirarme y de sonreír. Entonces le hablo de un pastel para su cumpleaños, y enseguida empieza a saborearse.
Me dice Alicia, mientras termina de vestirle y posan juntos para esta imagen que guardo con cariño como una postal.
Sander es un niño saludable. Toma muchos medicamentos y yo trato de que permanezca sentado parte de la mañana. Por eso no me gusta dejarlo con nadie, porque se mueve constantemente y hace mucha fuerza. Si tengo que salir sé, de antemano que ese día no se sentará y lo necesita.
Para bañarlo es un rollo, porque está grande y cada día es más difícil, pero siempre tengo ayuda, o mi esposo o mi hijo mayor. Como ves está desarrollando.
Y me muestra los vellos nacientes en las axilas del hijo adolescente. Es la hora de hacer pis, me dice y salgo de la habitación para que se sienta más cómodo. El momento puede extenderse porque Sander no quiere beber agua, la rechaza constantemente y su mamá la sustituye por gelatina y jugos bien espesos.
Me admiran el orden, el olor a limpio, las fotos de la familia y el verdor de un helecho que crece vigoroso en la salita pequeña donde Sander pasa las mañanas. Advierto la armonía y la paz que fecunda Alicia en su hogar.
Ya me adapté, y sinceramente no me gusta estar separada de él ni por un momento. Mi mamá me ayuda muchísimo, mi suegro que está viejito y todos en la casa siempre me apoyan. También tiene una tía que es como una maga y lo que necesitemos enseguida lo consigue y lo trae.
Sander cumple 15 años de edad, ha crecido, está fuerte y sobre todo es feliz, estoy segura. Y es que Alicia edificó para los dos un país maravilloso donde él anda, juega, conversa, agradece, algo que solo ella alcanza a ver, a sentir.
Nadie te prepara para esto. Han sido años difíciles pero él es mi tesoro y sé cuánto me necesita. Si estoy lejos de Sander, sufro, así que trato de permanecer siempre a su lado, mi vida está dedicada a su felicidad.
Con esa rara y especial virtud concedida casi exclusivamente a las madres, Alicia habita y fecunda su paisaje, un lugar donde se dibuja esta lección: no hay mejor consuelo ni medicina más eficaz que el amor.