El fatum de Juventino Rosas

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Foto tomada de internet

Juventino Rosas tiene un sitio en la leyenda. Es el sino de los grandes. Pocos se aventuraban a pasar cerca de la vieja Quinta de Salud de Nuestra Señora del Rosario, en el Surgidero de Batabanó, donde el autor del vals Sobre las Olas, el célebre compositor, violinista, director mexicano de orquesta, expiró aquel 9 de julio de 1894.

El historiador de la comarca, Efraín Arrazcaeta Alejandro, retrotrae un suceso pueblerino que supo por su padre: mucho tiempo después de muerto, se habrían escuchado aún los gritos del moribundo. La aureola del caído y la aprehensión de la gente para no dejarlo morir, constituyen una siembra portentosa en el recuerdo colectivo.

El suceso le confirió a la comarca otra conexión con el mundo. ¿Qué circunstancias llevaron los pasos de aquella celebridad de la música por los confines inimaginados al sur de la entonces Habana? Paso a paso, esa historia aparece en el libro Los días cubanos de Juventino Rosas, del barítono cubano Juan Hugo Barreiro Lastra, con prólogo de Abel Prieto Jiménez, publicado en 1994 por la Editorial La Rana, en el centenario de su deceso.

Había arribado a Cuba el 15 de enero de 1894 en el vapor-correo Olivette, como parte de la compañía musical de González y Bianculli, que se presentaría en varias ciudades de Cuba. Era alcohólico. Regino Eladio Boti, quien lo conocería en su tránsito por Guantánamo, consignó que era un dipsómano a la pata llana. Pero no era un viaje al ostracismo, ni mucho menos.

No luchaba contra la tristeza, ni se buscaba un refugio final como algunos creen. Nada de eso. Vino a trabajar: compuso, actuó, mantuvo la rutina de un creador auténtico. En cada estación de su ruta cubana, recibió el reconocimiento y el aplauso. El autor del libro tendría que recomponer la saga a partir de cartas, de fotografías, de copias de partituras, de mapas, de algún pasaje creíble de la tradición oral.

Persiste la narrativa de la cirrosis o de un mal hepático, como la causa de la muerte de Juventino Rosas. El certificado refiere mielitis espinal, de causas múltiples, pero el alcoholismo aparece como un factor de riesgo. La literatura médica sostiene que más de la mitad de las personas con lesiones en la médula espinal, tiene problemas con el alcohol y con las drogas.

Es de suponer que sus últimos días hayan sido un calvario de malestares. Concluida la gira, la compañía abordó el buque Josefita, en Santiago de Cuba, de la naviera Menéndez y Compañía, rumbo oeste por la costa sur: un segmento de la misma ruta descrita por Hernán Cortés a fines de 1518 para la conquista de México. El barco de cabotaje, de lenta marcha, anclaba en cada puerto a la vista. A la prueba física, se unía ya la desesperación.

Llegaron al fin a Surgidero de Batabanó el 22 de junio de ese propio 1894. La idea era proseguir viaje en tren hasta La Habana. Juventino Rosas no pudo hacerlo. Bajó a tierra un espectro, muy lejos del glamour que la gente espera de un joven ilustre. Era el muestrario triste de la vejez, que perfila el poema. Quedó al cuidado del doctor José Manuel Campos, en la posta médica de la entonces calle Cacarajícara, en cuyas paredes se habrían grabado sus ayes de dolor.

Dicen que al llegar a Cuba 175 días antes, La Habana era presa del luto por Julián del Casal. Es posible que ese fatum aún persiga a Juventino Rosas. El vapor-correo Olivette sucumbió pocos años después frente a Bacuranao, ante la embestida de olas de un vals de muerte. La escultura que concibió René Negrín, sufre el peor de los abandonos. Y donde estuvo la Quinta de Salud de Nuestra Señora del Rosario, es ahora un solar yermo sin inscripción ni memoria. Se apagó el sitio. Ya nadie escucha el grito.

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