El crimen de Barbados: Volver al libro

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Cien años antes de nacerle a Alicia Herrera la obra grande de un heraldo, Martí escribió –precisamente para un público venezolano—que “no deben publicarse sino los libros briosos y activos, que fortifican y abren paso”. Y un acta de audacia, de compromiso con la justicia, es el texto Pusimos la bomba, ¿y qué? Por él transita la verdad como el amor por los ríos interiores del espíritu.

El libro de la periodista venezolana, constituye –como en otros casos—un pacto ejemplar entre la literatura y el oficio del reportero. Alicia Herrera había tenido relaciones laborales con los dos fotorreporteros acusados de ser los autores materiales del Crimen de Barbados, y muy puntualmente con uno de ellos, Freddy Lugo.

“Llanera, te estaba esperando”, fueron las palabras de bienvenida del terrorista, que demuestran una confianza que Lugo trasladó con el tiempo a su compañero de celda, Orlando Bosch, autor intelectual del salvaje atentado, junto a Luis Posada Carriles. Aquella confianza en Alicia Herrera se multiplicó, y los culpables terminaron confesándole todo.

En 1979,  quedó en libertad el traidor Hubert Matos. Orlando Bosch, molesto por las atenciones del gobierno de turno en Venezuela al personaje, aseguró en un rapto de rabia que ese señor no era capaz, como él, de meterle mano a un avión cargado de comunistas.

En el libro se advierte el propósito de Bosch y de Posada de controlar las extravagancias de Hernán Ricardo Lozano, el otro autor material. En una de sus visitas, la periodista Alicia Herrera percibió un ambiente enrarecido. El tal Hernán había gritado en el patio del penal, para que todo el mundo lo oyera, la frase que le confirió el título al volumen: “Nosotros pusimos la bomba, ¿y qué?”

Aquellos monstruos jamás dejaron de jactarse de sus andanzas, de sus tenebrosos planes. Pero confiaban en las gestiones del gobierno copeyano, para salir cuanto antes de la cárcel. El propio Freddy Lugo le confió a la autora: “De que fuimos nosotros es verdad, o sea, Hernán no está diciendo ninguna mentira”. El cinismo desbordado de aquel tipejo amenazaba con “aguarles la fiesta”.

Aquella gente sin escrúpulos no reparó en comentarle deslices y deslealtades. Freddy Lugo, por ejemplo, gran admirador de Orlando Bosch, parecía amargado por el presunto romance de la esposa de su jefe con un guardia de la prisión. Se refería a la chilena Adriana, obsesionada con el estallido de bombas, en su sueño de ser la primera dama de Cuba.

Los autores materiales eran venezolanos. En Caracas, al parecer, se ultimó el plan. En esa propia ciudad fueron arrestados Bosch y Posada. Venezuela contrajo entonces el compromiso de hacer justicia, ante un entramado legal inédito.

Entonces, mucha gente se hizo la misma pregunta: ¿a quién le correspondía juzgar? La nave destruida en pleno vuelo era cubana, y la mayoría de los pasajeros asesinados era de esa nacionalidad. Pero en el avión viajaban también once jóvenes guyaneses y cinco diplomáticos de la República Popular Democrática de Corea.  El hecho ocurrió en Barbados. Lugo y Hernán fueron detenidos en Trinidad-Tobago, donde en primera instancia se les interrogó.

La periodista creyó que el gobierno de su país se comportaría a la altura de esa responsabilidad histórica. Desgraciadamente no fue así. Callar lo que sabía la convertía en cómplice. El libro Pusimos la bomba, ¿y qué?, resulta un acto de conciencia límpida. Y Alicia Herrera se ganó para siempre el reconocimiento del pueblo enérgico y viril que lloró hace 44 años por sus hijos salvajemente asesinados. Y desde ese gesto nació un libro nuevo, que como escribió Martí “es piedra nueva en el altar de nuestra raza”.

 

foto tomada-radio-rebelde

 

 

 

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