Dos ciudades japonesas emergieron de la noche para ser símbolos de paz y espacios para los valores compartibles en el planeta. La inquietud artística no pudo ni puede desentenderse de esa tarea donde el género humano se juega su destino.
El sacrificio de centenares de miles de vidas inocentes con el golpe atómico y a lo largo de 71 años subsiguientes, aparece en alguna que otra obra musical. La noticia tiende a morir en el crepúsculo de un día, pero el arte puede y debe fijar hitos en la memoria.
Son conocidos tantos y tantos documentales sobre el tema. En el cine de ficción también hay filmes ejemplares que debieran retomarse, y no solamente en virtud de la efeméride. Lluvia negra, de Shoher Imamura, y Rapsodia en agosto, de Akira Kurosawa, no solo ofrecen perspectivas desde el lado de las víctimas, sino que representan mensajes de la sensibilidad ante un peligro semejante en nuestros días.
71 años después aún doblan las campanas. La Cúpula Genbaku en Hiroshima, y el muro de la Catedral Urakami en Nagasaki, resistieron los bombardeos a manera de símbolos. Es un patrimonio que consigue voz, que reúne pensamiento, que puede generar conciencia. Son los memoriales, salones, parques, donde la paz, a la buena manera del cantor,reclama una oportunidad.