El magisterio es un arte. Se debe llegar por vocación, por el sano deseo y firme propósito de enseñar, de cultivar valores, de contribuir a formar personas de bien.
Cuando se ha contado con un buen maestro o maestra, pueden pasar años, puede incluso no verse más pero, queda prendado al alma y a la memoria de sus discípulos y las anécdotas regresarán una y otra vez, como lecciones eternas.
Sobre el maestro escribió el pedagogo más universal del siglo diecinueve, José de Luz y Caballero: “…ha de ser todo inspiración, sacerdocio, mansedumbre, carácter, templanza, flexibilidad”.
A pocas horas de celebrar el Día del Educador, preciso no solo evocar la efeméride sino la trascendencia de ese noble oficio, la significación altísima que tienen quienes están en un aula.
La escuela y la familia, en ese tránsito unido que deben cumplir en la educación de los hombres y mujeres del mañana, de los niños, adolescentes y jóvenes hoy, están llamadas a perfeccionar esa inmensa misión, porque de ella depende la formación de buenas personas.
Quien está ante alumnos debe ser luz y no sombra, debe ser ejemplo para bien, del buen decir, de respeto, disciplina. Es cierto que toda la responsabilidad no está en la escuela, la familia es quien emprende esta ruta, y la escuela afianza, desde la sabiduría, desde el infinito amor que implica la enseñanza.
No se puede llegar a ser maestro como última opción, por no quedarse sin carrera; ha de llegarse con deseo, con ansias de conocimiento, con pretensiones altruistas para fraguar una obra inigualable, de la que emanarán mejores seres humanos.
Para este día que se avecina la felicitación a quienes ejercen el magisterio, a aquellos que lo ejercieron y no siempre se toman en cuenta en las celebraciones por la efeméride; también el llamado a ingeniar mejores manera de fomentar la vocación.
Como dijo José de las Luz y Caballero: “Enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”