La ofrenda gloriosa de un hombre, la Reforma Agraria, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) como necesidad humana de asociar a los productores, ponderan extraordinariamente a esta jornada de mayo. Regalo necesario en primavera, es el Día del Campesino como reclamo del tiempo.
La celebración refiere instantes para cualquier compatriota, aunque viva en lo más metropolitano e histórico de la capital del país. Nadie podría desentenderse, porque el fin y al cabo, la cultura cubana tuvo sementera y aliento, espacio y fundación, en los campos de Cuba libre.
Muchos de los relatos y de la liturgia que nos identifican, hallaron las mejores razones, origen, desarrollo, supervivencia, en las duras condiciones de los campesinos, quienes serían en buena medida los actantes de una dinámica sociocultural, económica, y –por qué no—política.
El campo deviene la fuente de tonadas, del punto cubano inmortal, un hogar inconmensurable para la bendita décima que no abandona jamás a los pobres. En sus fincas puede hacerse en Cuba, la fiesta más grande y participativa del mundo a la memoria de poetas.
El mundo campesino supone el origen de refranes y dicharachos que nos identifican. Es clave en cualquier parte de Cuba saberse hermano desde la frase “¡Mi yunta!”.
La lengua campesina concede argumentos, información y rutas para entender la evolución del español en Cuba como sucede con haiga, entodavía, medecina, los cuales no son barbarismos, sino arcaísmos, palabras que se usaron hace siglos y que aún sobreviven.
El Día del Campesino se festeja con los cuentos de Onelio, con los paisajes de Carlos Enríquez, con la cultura agraria que nos sostiene el continente personal.