Cuba en Bolívar

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Simón Bolívar Foto EcuRed

Hace 130 años, en un discurso en el Hardman Hall de Nueva York, José Martí afirmó: Y ya ponía Bolívar el pie en el estribo, cuando un hombre que hablaba inglés, y que venía del Norte con papeles del gobierno, le asió el caballo de la brida y le habló así: “¡Yo soy libre, tú eres libre, pero ese pueblo que ha de ser mío, porque lo quiero para mí, no puede ser libre!”

En su testamento político, solamente unas horas antes de caer heroicamente en combate, dirá luego que el sentido de su existencia era y seguiría siendo detener al expansionismo norteamericano por las Antillas. Y que lo había hecho en silencio y como indirectamente. El Libertador  le extendía suficientes razones en el tiempo para certificar y defender su obra.

En el registro indispensable de la memoria, la historiografía cubana expone con orgullo el paso por La Habana del entonces subteniente de milicias de Caracas, Simón Bolívar. Viajaba en el navío de línea San Idelfonso, de 74 cañones, que había zarpado de La Guaira con destino a la península. Estaba por cumplir los 16 años, pero el signo de aquella vida serían las dificultades.

España acompañaba a Francia en su enfrentamiento a la Segunda Coalición. El San Idelfonso debió de sortear el bloqueo naval británico en el Caribe. El 25 de marzo de 1799 arribó al puerto de La Habana. Un amigo de Bolívar, Esteban Escobar, iba también a bordo. Prácticamente no se sabe nada de aquellas horas en la Villa de San Cristóbal, pero es muy probable que bajara a tierra a conocerla.

Otros navíos y fragatas se le unieron para remontar una mar picada por tormentas y surcada por tantos enemigos. Años más tarde, aquel navío de línea español sucumbirá ante el poderío naval de Albión en Trafalgar. Se habría paso por el mundo, desafiando peligros y tempestades, la voluntad por donde pasará la forja de una familia grande.

Sus campañas admirables influyeron en estos confines insulares. Con la colaboración de patriotas de la Gran Colombia, devino la logia francmasónica Soles y Rayos de Bolívar, que extendió su acción desde La Habana hasta Camagüey. Los servicios secretos coloniales lograron coartarla.

El prócer fue muy previsor ante las apetencias territoriales de los Estados Unidos. Para el genio político, resultaba imprescindible “la fundación conjunta” de los pueblos latinoamericanos y caribeños. El istmo de Panamá remedaría el papel de Corinto para los griegos antiguos. Y la causa de Cuba y de Puerto Rico, definió justamente la agenda del Congreso Anfictiónico.

Francisco de Paula Santander cursó invitación a los Estados Unidos, a pesar de la opinión de Bolívar. El Libertador  y el presidente de México, Guadalupe Victoria, patrocinaron un proyecto expedicionario para liberar a Cuba y a Puerto Rico de la autoridad española. Aunque los representantes yanquis no llegaron a participar efectivamente en la cita, el país norteño movió todos los resortes posibles para torpedearla.

Estados Unidos no se cansó de presionar; amenazó incluso con “emplear todos los medios necesarios para su seguridad”. En los documentos se consignaron acciones, “aun a expensas de la amistad de Colombia y México”. (Contra ambos cometería después actos de despojo.) La Revolución Haitiana infundía un verdadero pavor entre los esclavistas del Sur. Y se azuzó el temor al negro, ante la réplica probable de los sucesos de Saint-Domingue.

La Administración de John Quincy Adams activó su diplomacia para que España reconociera la independencia de sus antiguas colonias. Con un gesto de la monarquía borbónica, se pensaba desmovilizar el plan bolivariano. En ese sentido, sus embajadores en Rusia, en Francia y en Gran Bretaña, fueron instruidos para influir en el gobierno hispano. Y de paso, se desarrolló una febril actividad para incentivar los celos entre los países promotores de la idea de liberar a Cuba y a Puerto Rico.

No fue posible llevar adelante la empresa del gran caraqueño. Con dolor dirá luego que “el Congreso de Panamá solo será una sombra”. Con idéntica pesadumbre afirmó que había arado en el mar. El 17 de diciembre de 1830 partió definitivamente a la inmortalidad. Martí escribió que “murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo”. Cuba se levantó para todos los tiempos desde el sueño de congregar. La anima sin falta la convicción de que “Bolívar tiene que hacer en América todavía”.

 

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