Cartas de Santiago

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Era septiembre de 1892. El Partido Revolucionario Cubano refrendaba en
la obra de su Delegado la infinitud estratégica en tan solo cinco
meses de fundado. En elección democrática, las emigraciones decidieron
que el General Máximo Gómez fuera el jefe militar de la guerra que se
preparaba y a República Dominicana marchaba el Maestro a informarle al
viejo guerrero la voluntad de los patriotas y, por supuesto, a pedirle
que aceptara.
Ocho años atrás, José Martí había roto con el Plan de San Pedro Sula
en 1884. Es famosa la frase de aquella carta sincera pero difícil en
la que dice: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un
campamento”. Pero la admiración mutua jamás se apagó, aunque Gómez
consignara sentirse insultado. Aquel distanciamiento le prodigó
entonces al joven conspirador querellas y suspicacias que con su
energía y su talento logró remontar.Cuentan que, en el otoño de 1885, coincidieron en Nueva York el
Generalísimo, Maceo y Flor Crombet. Antonio Zambrana los calificó como
“una barcada de fieras”. Y en un mitin de la junta patriótica en los
salones de Tammany Hall aconteció el choque. Zambrana dijo ante la
nutrida concurrencia que “los cubanos que no secundaban ese movimiento
debían usar sayas” en clara alusión a Martí. Y Martí allí presente, se
abrió paso entre la gente, se disculpó con el orador de turno, para
afirmar que era “tan hombre que apenas si cabía en los calzones que
usaba; y eso lo pruebo yo aquí y donde quiera”.

Pero habían pasado los años y era ya otro el contexto. El Plan de
San Pedro Sula no solamente fracasó, sino que dejó como herida a flor
de piel en la historia de Cuba el duelo personal de Flor y de Maceo,
que solamente el patriotismo de los contendientes y el destino de cada
uno de ellos en la Guerra Necesaria se encargó de evitar. El 13 de
septiembre de 1892, el Generalísimo y Martí se dirigieron a Santiago
de los Caballeros. Para la historia trascenderán las inolvidables
“Cartas de Santiago”.

El Maestro vistió de ruego la demanda de los guerreros, para que
“repitiendo su sacrificio ayude a la revolución” como jefe supremo. Y
consignó para entonces y para el futuro: “Yo ofrezco a usted sin temor
a negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que
brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de
los hombres”.

La respuesta de Máximo Gómez está en una de esas “Cartas de
Santiago”. El héroe de Palo Seco y de Las Guásimas, suscribió la
respuesta en su acostumbrado estilo lacónico: “Desde ahora puede Ud.
disponer de mis servicios”. En la edición del 26 de agosto de 1893 del
periódico Patria aparece el artículo “El General Gómez” donde el
Delegado del Partido Revolucionario Cubano describe la emoción de
aquel encuentro, con un retrato vibrante de la familia del guerrero
quisqueyano.

En efecto, aconteció entonces un capítulo ejemplar de la historia
de cualquier tiempo. El emisario, se sabe, era el acreedor de todo el
encanto humano posible. Pero llevaba consigo una propuesta que
implicaría la posibilidad real de la muerte. Y sentirá esa conmoción
del heroísmo otro, del que pocas veces se habla, de “aquel hogar que
pueden volver a afligir la orfandad y la viudez”.

Como parte del patrimonio documental del mundo estaría sin dudas El
Álbum de Clemencia Gómez. A la hija del maestro reconocido de los
bravos centauros de la gesta cubana, le escribió entonces que “no
puede ser esclavo el hombre que vea centellear en tus ojos el alma
heroica de la patria, ni el pueblo que tiene de raíz una casa como la
tuya”. Fue así que en un ambiente de ternura de sus deudos cercanos
“se abrieron a la vez la puerta y los brazos del viejo general”.  Y en
profundo silencio, se verificó el abrazo fundador.

Como bien afirma la investigadora cubana María Caridad Pacheco, no
fue un viaje de ida y vuelta. En la agenda del Maestro estaba
igualmente recabar el apoyo a la causa independentista, como también
sembrar conciencia en torno a los peligros que ya él advertía sobre
los pueblos de Nuestra América.

Allá, en República Dominicana, quedaba el Generalísimo con la
altísima responsabilidad de volver a cargar al frente del heroísmo: a
dirigir a los veteranos de la contienda prolongada y a los pinos
nuevos de la revolución en ciernes. Se cumpliría el presagio del
sacrificio y de la ingratitud de los hombres. Pero aquel abrazo de
Gómez y Martí en septiembre de 1892 significó la fusión

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