Capablanca, la máquina de jugar ajedrez

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Aún se recuerda aquella frase: “Capablanca sabe, los demás ensayamos” del serbio Svetozar Gligoric, famoso por sus aperturas en el tablero. Al único campeón mundial cubano en toda la historia universal del ajedrez, las 64 casillas le llegaron a parecer un mundo demasiado reducido de posibilidades, y hasta propuso un tablero mayor. Cuentan que fue un niño prodigio en el juego ciencia, y terminó siendo La Máquina de Jugar Ajedrez.

Nació el 19 de noviembre de MIL 888 en los servicios médicos del Castillo del Príncipe, donde su padre José María fungía como comandante del ejército español. Por lo visto, creció en su cercanía afectiva, y viéndolo jugar aprendió a mover las fichas. Cierta leyenda asegura que muy pequeño, le recriminó una jugada. Otras fuentes sostienen que con cuatro años derrotó con los trebejos al padre militar. Desde muy temprano, José Raúl Capablanca tejió una saga impresionante que lo coronó campeón del planeta en MIL 921.

En curioso simbolismo, el hombre nacido hace 133 años en la Loma de Aróstegui en La Habana, había llegado al mundo a pensarlo y a contemplarlo creadoramente desde la altura que solo confieren el talento y la inteligencia.

Perdió en realidad muy pocas partidas, solamente 35, en comparación con las 302 que ganó y las 246 que entabló. Trascendió incluso un estudio del propio Capablanca sobre esa treintena de derrotas, al que sería constructivo regresar una y otra vez.

El genio advirtió desde su grandeza natural que “se aprende más en los juegos que se pierden que en las partidas que se ganan”. Sería un tributo de ejercicio intelectual, de cálculo de probabilidades, a la memoria de José Raúl Capablanca, nacido hace 133 años en La Habana, y sobre el cual aún ensaya el ajedrez del mundo.

 

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