Por las redes digitales del mundo, circula una misteriosa relatoría de luminarias de la creación que marcharon a la eternidad de las estrellas a la edad de 27 años. A aquel joven rebelde de fugaz paso por las aulas de la academia de San Alejandro le pasaría exactamente lo mismo en idéntica estación temporal.
Alguien dijo con razón que aquel vuelo de la tarde del 28 de octubre de 1959, terminó en el corazón de todos los cubanos. Jamás pueblo alguno protagonizó movilización más grande para encontrar a un hijo suyo perdido en el mal tiempo, y levantarle al fin morada nueva en los intersticios de la memoria.
Ernesto Guevara le dedicó el manual La Guerra de Guerrillas. Y lo definió como el más grande en ese tipo de lucha asimétrica. Debe de haber sido ciertamente un inmenso ser humano, un auténtico creador en el combate, para que el Che (con otra idiosincrasia, con otro carácter), no solamente le tolerara aquellas bromas, sino que además se divirtiera con ellas.
Salió de Camagüey a las 18:01 horas de aquel fatídico miércoles. Nada más simbólico que un ángel de luz emprenda ruta al oeste, cuando se advierten los primeros colores del crepúsculo. Abordó la avioneta CESSNA 310 número 53 de cinco plazas, piloteada por el primer teniente Luciano Fariñas. Lo acompañaba un escolta, el soldado Félix Rodríguez.
La aeronave en cuestión no era apta para atravesar grandes tormentas. Fariñas bien lo sabía. En una oportunidad anterior, casi llega a Cayo Hueso. Era costumbre suya bordearlas, alejándose muchas veces de la costa. La avioneta había viajado previamente a Santiago de Cuba, pero en Camagüey no se reabasteció.
Como la mayor probabilidad de causa del accidente se circunscribe a la disponibilidad de combustible, ese será un tema muy recurrente. ¿Conocía el piloto el programa de Camilo en Camagüey? Tal vez no. Quizá por eso no le prestó la atención necesaria. A raíz de la tragedia se tomarían nuevas previsiones, pero seguramente el hecho sería determinante en el doloroso desenlace de aquella jornada.
Por lo que se sabe, la CESSNA 310 tenía capacidad de gasolina para cuatro horas, pero aquella tarde despegó del aeropuerto de Camagüey con una cantidad menor que, en condiciones normales, sería suficiente. Pero existen muchísimas evidencias de que debió enfrentar circunstancias meteorológicas atípicas e inesperadas.
Por testimonios de pilotos que a la misma hora debieron de hacer vuelos en sentido contrario, pero que tripulaban aviones de mayor calado, se conoce de grandes turbonadas y tormentas eléctricas entre Ciego de Ávila y Matanzas.
El pequeño avión que conducía a La Habana al Héroe de Yaguajay debió de describir una ruta demasiado grande y alejada de la costa para evitar el choque contra semejante vendaval. Y es casi seguro que luego no le alcanzó el combustible para llegar a la capital o para regresar.
Aún resuena en nuestros días la calumnia de que Camilo fue asesinado por sus propios compañeros. Pero mucho más grande será siempre aquella certificación de angustia y de cariño de Fidel, del Che, de Almeida, de Raúl, en una búsqueda que remontó al hambre y al cansancio, y que todavía reúne millones en la hermosa costumbre de ofrendar flores a un escultor de pueblos, eternamente joven, que venció a la muerte en la tierra y en el mar.