La narrativa carpenteriana resulta una fiesta, donde el talento del orfebre coloca cada palabra en su justo sitio.
El músico que lleva dentro escoge el sonido de cada unidad lingüística básica, para componer una obra de portento. Atiende así el ritmo del corazón narrador para tejer la urdimbre intertextual, como una sucesión lógica de emociones.
A cada rato resurge el mito de que para leer a Alejo resulta indispensable cargar un diccionario como amuleto. No estaría de más tomarlo como previsión en ese fascinante viaje a la semilla misma del canon literario del mundo. Pero no es tan necesario, como algunos creen. Una atenta lectura, con el oído avisado, consigue encontrar sin angustias los pasos presuntamente perdidos de cualquier personaje.
Habría muchísimo encanto del pentagrama en esas novelas ejemplares de Carpentier. Como él mismo confesó más de una vez, la música le despertó la sensibilidad en el amanecer de su existencia.
Escribió piezas, llegó a ejecutarlas, pero no le parecieron significativas. O tal vez le sonaron demasiado expresionistas para su gusto. Y desde la maravilla de la transposición artística, se impuso la vocación literaria.
Era infinita su sed de mundo. Enciclopédica su cultura. La pasión historiográfica encauzó novelas y relatos. El autor jamás se cansó de buscar el más mínimo detalle en archivos y en bibliotecas. La ficción logra un equilibrio exacto con el registro documental.
El signo musical se expresa literalmente en El Arpa y la Sombra, donde está en tela de juicio la posible canonización del almirante Cristóbal Colón en dos momentos distintos de la historia.
Pero nadie podría desentenderse de aquella ejecución en vivo de la Sinfonía No. 3 de Ludwig van Beethoven, la Heroica, que en la novela El Acosodefine el tiempo físico de la persecución de un joven en La Habana, que inexorablemente será asesinado en los últimos compases de la obra.
Siempre se ha afirmado que Carpentier se deslumbró con lo real maravilloso. Creo que la magia del Caribe fue quien lo encontró a él. Los pasos perdidos, por ejemplo, constituye la pieza coral donde concurre el talento transdisciplinario más grande.
Es una huella inevitable en la cosmogonía de Gabriel García Márquez. También en las pesquisas de científicos de la Musicología. Y vuelvo a Danilo Orozco González, descubridor de tantos rasgos y acentos centenarios en el nengón del Cauto y en el kiribá de las cuchillas del Toa.
Alejo nació en Lausana, Suiza, el 26 de diciembre de 1904, aunque alguna vez dijo que fue en La Habana.Era hijo de padre francés y de madre rusa. Por vibración y voluntad, fue de indiscutible raigambre cubana.
Supo escuchar todo el magnetismo posible del planeta, y cada concreción en las culturas que sellaron esta hermosa síntesis que somos en la olla misma de las Antillas. Y salió airoso en aquellas memorables polémicas frente a Eduardo Sánchez de Fuentes, quien pretendía subvalorar, ignorar el contenido africano en el código sonoro de Cuba.
Autor ocasional de música, Federico García Lorca se sintió prisionero en Nueva York, como luego le ocurrió al protagonista de Los pasos perdidos. El hombre del Romancero Gitano no podía ver las estrellas en la Gran Manzana. El otro se quejaba de un gran vacío espiritual. Ambos lograron salvarse en el andar al Sur, recuperando arpegios sin edad, escuchando la orquesta de la naturaleza que describió el trovador.
Música mediante, Alejo Carpentier apunta otra razón grande para no perder la ruta, para reencontrarnos como familia numerosa por los confines de Nuestra América.