Próximamente se cumplirán 95 años de las primeras transmisiones continuadas de la radio en Cuba, y eso tiene un reto. Vivimos la era de los blogueros y de las tantas vías alternativas de la información en el mundo. La utilización misma de esa palabra, alternativas, admite la fuerza y el predominio de los medios de comunicación, que a la larga salen fortalecidos y con mejores propuestas como consecuencia del actual proceso civilizatorio informático en todos los confines del planeta.
Lejos de arrebatarles protagonismo a los medios, las denominadas nuevas tecnologías llegaron más bien para enriquecerles su instrumental y sus estrategias. Quizá la clave de esa permanencia se circunscribe al oficio tradicional de saber ubicar el hecho informativo en planas de la prensa escrita, o en noticieros o en revistas para la radio y la televisión, como un hecho monumental y más completo.
La dramaturgia cumple en esos casos un papel importantísimo, pero sobre todo, la condición indispensable de realizar un trabajo esencialmente en equipo.
Los medios de comunicación suponen una interacción formidable, donde uno suplementa a los otros, y esa especie de completamiento resulta ciertamente un acto difícil de sustituir.
La radio y la televisión pueden dar la emoción del protagonista de un hecho, y atrapar el candor de una sonrisa o el dolor de una lágrima, pero esa oportunidad muere ya al salir al aire, a menos que se grabe. La prensa escrita puede fijar el hecho y hacerlo trascender a manera de documento, pero la letra impresa no siempre logra aprehender el sentimiento que sin dudas habita en las criptas más sensibles del alma.
Ante los creadores de la radio cubana está el inmenso reto del ahora o nunca. La Utopía se alejó dramáticamente en el horizonte, y es preciso ofrendar una propuesta que más se parezca a la vida, sin temor y con toda la transparencia posible, libre al fin de triunfalismo pero desde la percepción más optimista del mundo.