La letra menuda, casi ininteligible de Martí, ofrece ese momento de emociones intensas con oraciones cortas, sintagmas rápidos, pensamientos cortos a la manera de centellas.
Con él llega “la mano de valientes”, habla de sus cinco compañeros en esos términos, de los que se excluye por cuestión de modestia: Máximo Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, Marcos del Rosario y César Salas.
El desembarco por Playita de Cajobabo, llega en esa palabra de prodigio que supone misión para Cuba y el mundo. Aquella noche, se acerca el Norstrand a las costas orientales y el llover grueso como dice el héroe parece transformarse en tormenta. Duda el capitán del barco, pero la decisión es bajar el bote a cualquier precio. La ola grande que deja el buque en su arrancada casi los hace zozobrar.
El Maestro asegura que hay entonces más chubasco, como ideas diversas y revueltas en el bote. En ese minuto ocurren muchas cosas cargadas de simbolismo: el timón se pierde, pero Gómez y Marcos del Rosario lo resuelven remando en la popa. En la proa, Martí y el joven César Salas hacen otro tanto, como si la nueva revolución se ganara ya su lugar de primera línea.
Cuando la penumbra parece devorarlos, la luna asoma, roja, bajo una nube. El Maestro salta a la tierra que el Generalísimo besa. Dicen que Martí mira gravemente al cielo, como encomendando el alma. Lee augurios quizá como nadie, y sabe cercana la hora de morir callado, pero de cara al sol como siempre quiso. La página del 11 de abril de 1895 se duele por la pasión inminente en Dos Ríos, pero se asume también desde la alegría de aquel momento, de un hombre que sufrió y que no fue feliz.