Pedro Aranzola: construir con música el instante feliz

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Aún parece reciente aquella fiesta por los 80 años de Pedro Aranzola. La orquesta Aragón le dedicó un catálogo especial allá en su casa de Radio Progreso. El cantor puertorriqueño Andy Montañez, de visita en Cuba por aquellos días, hasta le reclamó una bendición al cielo por el viejo querible. Resultaba casi una (re)visitación de juventud.

Suele creerse que el ángel de la creación admite un renacer en esa estación. Goethe, Guillén, Gilberto E. Rodríguez, Retamar, Sosabravo, dejan trazas de ese turno muy puntual de la existencia humana. Aquel poeta del son también moldeó en el pentagrama alguna que otra página para ese volver.

Era, efectivamente, un regreso. Quiso cantarle al pueblo donde había visto la luz el 29 de junio de 1917: Nueva Paz. Y lo hizo como un ejercicio de saberes: describir los contornos de la comarca, para que el bailador interactúe en la pista, y para que la musicología le significara el análisis morfológico en equilibrio con la escala necesaria del reloj.

“A que tú no me adivinas del pueblo de donde soy yo”, repite el coro. Pedro Aranzola conectaba etapas distintas: aludía a la Autopista Nacional, a las Ocho Vías que circunvalan a su terruño natal, pero también remarcaba a aquel primero de enero de 1896, cuando la columna invasora le coloreó la aurora de libertad.

El Apóstol de Cuba consagró la intensidad hermosa de la poesía desde la sencillez. En la música puede concebirse igualmente una obra grande a partir de cualquier episodio cotidiano por muy simple que parezca. Cada pieza del autor neopacino fue un hit de la orquesta Aragón: la música como embajada, el arreglo con el equipaje de la amistad, la tarea del entrañable maestro Richard Egües.

Son páginas que jamás morirán porque aparecen en el repertorio activo e impresionante de la Charanga Eterna. Todas narran alguna historia real. Los personajes transitaron ya desde hace muchísimo tiempo de la fama a la condición folklórica. La linda Encarnación, que verdaderamente no era trigueña, sino negrita como el azabache, la del vestido de medio paso, y su esposo Tomás, tal vez menos extrovertido que ella, o quizás un modelo de prudencia, eran vecinos de Aranzola, admiradores como él del legado de Arsenio Rodríguez y del buen continuador Félix Chapotín.

De esa misma cotidianidad eran Cirilo y Atilana, preocupados ambos por el transcurrir constrictor del tiempo. En clave boricua ya se había hablado de las hojas blancas que se suman. Pedro Aranzola se gasta una broma, y les teje la simpática historia ante la escasez de tinte y de acondicionadores del cabello. Atilana no quería salir de fiesta, ni deseaba ya bailar, porque le habían salido canas.

Fueron éxitos arrolladores en las tantas giras de la orquesta Aragón. Ante un reclamo del maestro Rafael Lay Apezteguía, el buen Pedro hasta se inventó un encuentro de Encarnación y Atilana. Charlas del momento supuso otra obra indispensable que, por esas razones de referencias y de códigos, se inscribió en el canon y en las pautas del quehacer en el sonido latino, con el que vibra la emoción de millones de hermanos en el planeta.

Al cumplir aquellos 80 años aquel 29 de junio de 1997, Aranzola admitió el sueño de conocer un nuevo siglo, y tocar con sus manos el pulso de un panorama musical que ya él imaginaba distinto. A solamente tres días de llegar a los 87 partió hacia la infinitud. Allá lo imagino, constructor del instante feliz, con su catálogo cubanísimo que no se cansa de trascender.

NUEVA PAZ, PUEBLO QUE INSPIRÓ A PEDRO ARANZOLA

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