Una oda al juego por la esperanza del mundo

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En solamente cuatro días, Cuba celebrará el Día de los Niños. Reparo en el comentario de una colega bastante cercana, sobre luces y sombras en torno a la celebración por los eternos amigos del Apóstol. Alude la dura precariedad para hacer la fiesta, pero subraya al mismo tiempo el desconocimiento cada vez más creciente de un patrimonio de juegos y de canciones dirigido al público infantil, fraguado a lo largo de siglos.

Ahora recuerdo la versión del danzón Osiris, de Enrique Jorrín, por la orquesta Aragón. En aquellos tiempos, la pista de baile estaba comprometida con la alegría, con la instrucción, con la prioridad de sensibilizar. El danzón se transpone en chachachá, para exponer a un dios de la mitología del Antiguo Egipto e inserta pasajes de cancioncillas infantiles, a manera de tarea docente.

Entonces la familia cubana, sin distinción de edades, cantó con la Charanga Eterna el trabalenguas del “Erre con erre, cigarro. Erre con erre, barril”. Y también aquella pieza que decía: “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena”. Se trata de una alusión al general británico John Churchill, el Duque de Marlbrough, el jefe vencedor en la batalla de Malplaquet, en septiembre de 1709, contra los franceses en la Guerra de Sucesión Española.

Es decir que, tras muchas de aquellas canciones, existen historias, unas muy simples, pero otras son del registro digno de un ensayo. La industria del entretenimiento del poder hegemónico del mundo –lo hemos dicho otras veces—ensaya una cruel disección de la memoria. Y junto al cruento lance cerca de la frontera franco-belga de principios del siglo XVIII, se borran poco a poco a Osiris, a Enrique Jorrín, al danzón, al chachachá, a la orquesta Aragón, y hasta al trabalenguas infantil que tanto cantó la Charanga Eterna.

Tiene razón la colega. Hace falta lograr el justo equilibrio entre la logística (cada vez más escasa, en esta crisis profunda que sufrimos) y el contenido cultural de cualquier propuesta dirigida al público infantil. Vivimos un proceso civilizatorio informático, es cierto, pero es tiempo de que las generaciones emergentes asuman creadoramente la utilidad de las denominadas nuevas tecnologías, sin ser sus rehenes.

Existe un catálogo intenso y grande de juegos que, por suerte, aparece reunido en trabajos transdisciplinarios de la Antropología. Resulta cada vez más desconocido, pero no está perdido. Ahí estarían el papalote, los escondidos, el trompo, saltar la cuerda, los yaquis, los palitos chinos, las carreras en sacos, las bolas, los zancos, y muchos, muchísimos más. La periodista confiesa cierta nostalgia por ese mundo que poco a poco desaparece. Gabriel García Márquez decía que la nostalgia es el peor de los sentimientos.

El magisterio reitera la fórmula de aprender jugando y cantando. Los psicólogos reiteran sus beneficios para la salud mental de la infancia. El Día de los Niños, por supuesto, denota al tercer domingo de julio como un sitio en el calendario para una fiesta a pesar del desabastecimiento duro y distendido, pero igualmente para repensar la responsabilidad de formar a los constructores del porvenir, a la eterna esperanza del mundo que describió Martí.

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