En ningún archivo del mundo, al menos hasta ahora, ha aparecido la más mínima referencia en documentos sobre la fundación formal de San José de las Lajas. Ninguna carta con precisión fehaciente, ni la más modesta relatoría. El proceso clásico de la conquista implicaba la iglesia, la plaza, el cuartel, el mercado. Pero la vieja Sabana de Caballos al sureste de La Habana no ofrece detalles como en otras villas de este enclave del Caribe.
Eso sí –aseguran los historiadores—se cuenta con el dato del primer templo católico en funciones de parroquia. Su apertura fue el 16 de mayo de 1788. Existen evidencias de una ermita anterior, pero al parecer oficiaba para la gente de paso. Al fin y al cabo, la referida Sabana de Caballos se inscribía en el tramo final de la ruta hacia San Cristóbal de La Habana, comúnmente bastante concurrida y agitada.
Tiene mucho peso la inauguración de una parroquia. Eso esclarece la voluntad fundacional de la gente que ya decidió quedarse, que por amor o por negocios, o por ambas cosas a la vez, fijó su destino en estos confines. En la primavera de 1788 aparece la lajeridad, con la cual hoy más que nunca vivimos tan comprometidos en la tarea de cultivarla, exponerla, salvaguardarla.
No hay nombres ni señas de aquellos feligreses que asistieron a misa aquel 16 de mayo de 1788, pero nuevamente la palabra ofició en reencuentro. San José de las Lajas amaneció en la historia de Cuba en la prioridad humana de asociarse, de emprender unidos la nueva empresa.
En aquel comienzo se consigna igualmente la parcelación de un cementerio en la comarca, que representa también un hecho significativo para el nacimiento de cualquier pueblo. Recuerdo aquella idea del sujeto lírico, de que el ser humano no pertenece tanto al lugar donde se nace, sino al sitio donde se muere. O más todavía, donde nos sembramos o donde somos ya siembra de cualquier tiempo posible.
La actividad agropecuaria, iniciática, identitaria, ya demasiado deprimida, no dejó de ser tradición y costumbre por esta geografía. Aún se resiste a la vida el oficio talabartero, en la propuesta creadora en pieles. Todavía parece demasiado cercano en el tiempo el nombre de Vaqueros para aquel equipo del pasatiempo nacional de la otrora Habana, que tuvo su cuartel general en el estadio Nelson Fernández de San José de las Lajas.
La democratización de la cultura y de la enseñanza, la vindicación del pensar y de los saberes, convirtieron a la comarca en polo docente y científico de la nación. El pueblo se hace grande desde el talento artístico de sus hijos, a pesar de la crisis humanística del mundo, al margen de los consabidos retrocesos.
Y resulta que, al cabo de 237 años, después de rebasar términos del tiempo, de superar pruebas difíciles, de enfrentar otras no menos complicadas, trasciende la misma idea fundacional: cultivar el amor por el sitio en que vivimos, encarar entuertos con la mejor creación, multiplicar la famosa arremetida del coronel Juan Evangelista Delgado González. Y desde el combate y el trabajo, seguir creciendo juntos.