Órganos de la Seguridad del Estado: Los escudos invisibles

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La Revolución Cubana recibió en herencia la épica mambisa decimonónica: enfrentar el entramado bélico de un enemigo poderoso y también la acción encubierta de sus servicios secretos. Aquellos Escudos Invisibles de los que bien temprano habló Martí, revisitaban otro tiempo de epopeya, no menos dramático y duro. La obra social y humana, constituyó oficialmente en sus orígenes los órganos de la Seguridad del Estado el 26 de marzo de 1959.

El teórico y constructor del Estado y la Revolución, dejó en claro que semejante empresa de emancipación social vale en la medida en que sepa defenderse. La contrainteligencia patriótica de los confidentes, fueron los ojos y los oídos del Ejército Libertador, cuyas hazañas no solo asombraron al mundo, sino que aún se inscriben en el estudio de academias relevantes.

La guerra asimétrica en el terreno, se transpuso definitiva y necesariamente en el escenario del silencio. El pequeño David del Caribe, no vaciló un solo instante frente al Gigante, incapaz de aceptar el ejemplo de dignidad, de soberanía plena en su contexto geopolítico.

El gobierno de los Estados Unidos, descargó contra la Revolución todo el peso abrumador de la experiencia operativa y de su capacidad tecnológica. Desde antes de aquel histórico primero de enero de 1959, intentó descarrilar la epopeya de los cubanos. Quedó suficientemente documentado el caso del agente Allan Robert Nye, reclutado por el FBI para asesinar al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en diciembre de 1958.

Desde entonces hasta hoy, resulta casi infinita la cantidad de criptónimos del enemigo. Los órganos de la Seguridad del Estado aprobaron con notas sobresalientes el examen psicométrico que le deparaba la historia universal en la frontera imperial del Caribe, de la que tanto habló el doctor Juan Bosch.

Jamás habrá en la historia del mundo una trinchera más intensa ni de confines tan entrañables. Es la tarea cantable de la fibra sensible de lo cubano. Ninguna agencia de contraespionaje ha sido parto de prodigio de tanta música ejemplarmente hermosa. Ni sus peores enemigos han podido nunca desmontar semejante propuesta de jerarquías en la creación artística. En el catauro de las mejores canciones, aparecerá siempre aquella que dice de la tanta estrella escondida en el alma del héroe, de aquel hombre sin rostro que va a morir.

Los órganos de la Seguridad del Estado, desarticularon en la misma cercanía del enemigo, las más tenebrosas operaciones de subversión. El archipiélago real y maravilloso realizaba así un mester a su imagen y semejanza, como la canción antigua al guerrillero, sin miedo y sin tacha. A lo largo de estos 66 años, se tejió el relato grande con los hilos del heroísmo que vibra en el ensayo de tema histórico-social, en la novela de lágrima piel adentro, en el cine donde la sangre sella destinos.

Sesenta y seis años constituye una distancia notable. El recuento se hace oficio; la celebración, necesaria. En tanto el enemigo persiste, la tarea del silencio insiste. Aún no es hora de desmovilizarse.

La Revolución del Siglo de las Luces apunta que la tumba es el descanso. El ángel de la aurora creyó que hasta después de muertos somos útiles. Los Escudos Invisibles de la inspiración martiana, son soldados del aliento y de la sobrevida.

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