De vuelta a su casa, egresados angolanos de universidades cubanas, concibieron allá, muy cerca del famoso paseo marítimo de Luanda, una manera sui generis de reencontrarse. Cada 27 de septiembre, esperan el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), para hacer el recuento de un año de trabajo, intercambiar sueños, y reiterar en la memoria el instante feliz.
Cuba resulta el capítulo intenso para ellos. Los CDR devienen en todo caso marca de identidad. Y eso es precisamente la mayor organización de masas: la imagen exacta de la tierra solidaria, donde el cariño no tiene edad ni fronteras.
Para ser, efectivamente, hijo suyo, basta hacer propio el código de su cultura. Y ser cubano, decía José Lezama Lima, es una fiesta innombrable.
La rebeldía pertenece desde hace mucho tiempo al mosaico hermoso de tradiciones de la nación, donde la creación artística cabalgó tantas veces con el heroísmo. Una banda de música acompañaba al General José Maceo en sus cargas de leyenda.
El Quinteto Rebelde fue el suceso cantable de la guerrilla en la Sierra Maestra. Los CDR reúnen ese talento, permanentemente dispuesto al combate, que confiere los mejores colores a la obra social y humana de los cubanos, desde el justo sitio de la comunidad.
El trovador, ya lo hemos dicho antes, sellaba ese destino en la suerte de la canción: desde las cuadras crece mi país. La quinta columna mercenaria se rompió definitivamente los dientes en los confines amados del barrio.
Por allí discurrió la Campaña Nacional de Alfabetización, la empresa de luz más grande que se conozca. Y de la mano numerosa del pueblo, los programas de salud fueron venciendo al dolor y a la muerte.
Fidel subrayaba la infinitud de la tarea en su histórico Concepto de Revolución. También la perennidad de resguardarla. Es duro el minuto que transcurre, es verdad, quizá como ninguno antes, pero no existe otro componente del entramado patriótico que viva en suerte el estar en todas partes.
Allá, del otro lado del mar, volverá a pulsar el reloj de la memoria, a la espera del festejo cederista. Hecha costumbre, la alegría construye nuevos caminos por el mundo con la savia proteica de lo cubano. El Comandante en Jefe soñaba la coronación de ese milagro, a partir sin falta de aquella noche eterna del 28 de septiembre de 1960 en La Habana.
Siempre habrá una razón de júbilo en tanto exista un horizonte que conquistar, una causa justa por defender. La Roma Americana pretende desalentar, dividir, desmovilizar. Y paga a los traidores, aunque en su fuero interno los desprecie. Allí, en su primera línea de amor y de lucha, los CDR deberán encarar el linchamiento mediático y ganar a pensamiento la guerra mayor que se nos hace.
Será preciso salvar la virtud cubana de la congregación, abrir las puertas del pecho, anudar abrazos, compartir la suerte del vecino, fundar juntos el instante mejor.