Las Clavellinas: taller de patria y de luz

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Aquel 4 de noviembre de 1868 todo aconteció muy temprano, como
un rapto de sol. Entonces fueron 76 almas del centro-este de Cuba,
que echaron a andar un taller de patria y de luz. Era la hora grande
de la Junta Revolucionaria de Camagüey.
Aquella aurora de congregación ocurrió en el paso del río
Clavellinas, a unos 13 kilómetros de Santa María del Puerto del
Príncipe, en el camino hacia Nuevitas. Esa marca toponímica,
apunta una tendencia en el archipiélago mágico del Caribe. En la
epopeya de la nación, aparecen señas de su floresta, para recordar
insistentemente que la identidad de millones cristalizó en combate
en los campos de Cuba libre.
Ahora Clavellinas resulta un signo inequívoco de fundación, que
toma su nombre del pequeño clavel, sin poda ni afeites de artificio,
repartido por brazos de agua dulce en la llanura. Discurren en la
historia Demajagua, Las Guásimas, el Cafetal González, Guaranal,
Palmarito, Mangos de Baraguá. Y así, hasta cristalizar una lista casi
interminable.
No hubo en aquel minuto del alba un manifiesto como el del 10 de
octubre de 1868. Para los principeños de ese amanecer de libertad,
la palabra ya estaba empeñada desde los días de Joaquín de
Agüero, a quien, por cierto, le concedieron la oportunidad de
arrepentirse. Y prefirió morir antes que abjurar de un mensaje que
ya él sabía fijo en una era por venir, como sorteando las cuerdas del
tiempo.
Tampoco fue ese un sitio para el escalafón, ni para los méritos, ni
para grados militares. Iban a la guerra, pero con un civilismo muy
acendrado que sellaría en polémica todas las sesiones de abril de
1869 en Guáimaro, en el nacimiento de la República de Cuba en
Armas.

Y asumieron desde el principio el pabellón de Narciso López, de
Armenteros y del propio Agüero, que terminaría siendo la bandera
nacional de la patria.
En Clavellinas concurrió igualmente una razón estratégica para la
revolución en marcha. Había noticias de un barco que arribaría
entonces a Nuevitas con armas para el ejército español, en la
proyectada carga del Conde de Valmaseda contra Bayamo y todo el
Oriente insurrecto. El ferrocarril hasta el puerto del norte tuvo
siempre una importancia en el orden cultural, facilitador de
funciones artísticas en Puerto del Príncipe. En ese minuto, era el
curso de la ola enemiga para ahogar la gesta en su nacencia.
Unos vacilaban. Otros pensaban aún en las fórmulas reformistas.
Es posible que pesara el desánimo natural ante el enemigo
poderoso, aguerrido, pero probadamente cruel al que enfrentaban.
Ese fue un día para la acción decidida. Trasciende la anécdota del
Marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, dispuesto
a detener ese tren a toda costa con los hombres que le siguieran.
En la oralidad y en el ensayo prevalece el criterio, creo que bastante
fundamentado, de que, sin la entrada del Camagüey en la
contienda, le habría sido muy difícil, casi imposible, al Oriente,
aislado y solo, mantener la llama de la independencia. El
levantamiento de ese territorio fue, incluso, un poco más allá:
inspiró a los villareños a sumarse al esfuerzo patriótico de sus
hermanos del este.
España debió desde entonces dividir sus fuerzas frente a la
resolución mambisa. No se pudo evitar la caída de Bayamo en
enero de 1869, pero el propio incendio fue una alerta clara y fuerte,
de que la rendición no era una alternativa de los patriotas.
Clavellinas multiplicó la guerra asimétrica, a la que tanto le temen
los estrategas del poder hegemónico del mundo. Recuerdo la frase
del fantoche Nguyên Van Thieu en su entrevista con la periodista
italiana Oriana Fallaci: “Se combate mal en una guerra hecha por
maleantes”. La blasfemia no pudo ocultar el fracaso yanqui frente al
Vietcong.

Aquella mañana en el célebre paraje camagüeyano no prevaleció el
mismo pensamiento que alentaba al Oriente. Eran geografías
distintas, con tipos humanos e ideas claramente diferentes. Pero el
latido revolucionario trasciende como un reclamo de unidad al
margen de la gama inevitable. El 4 de noviembre de 1868 insiste en
ese apretón de manos tan necesario, constructor, salvador.

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