Ni el peor de los presagios sembró el desaliento en el Vietcong, a la hora de enfrentar la maquinaria de guerra más poderosa del planeta. Y mucho menos la mítica del miércoles, como día atravesado de la semana. Y el 30 de abril de 1975, el Frente Nacional de Liberación de Vietnam entró impetuosamente en Saigón.
Aquel día quedó en el testimonio documental para suerte de la memoria millonaria. Trasciende, por ejemplo, el nombre del australiano Neil Davis, caído luego en uno de esos trances duros de un corresponsal en el epicentro de la refriega. Fue él quien filmó al famoso tanque 843 de la avanzada heroica, que derriba las verjas del Palacio Presidencial de la entonces capital de Vietnam del Sur.
Alguien se encargaría de recoger el lacónico intercambio de los liberadores con los fantoches que quedaron dentro del edificio, tras la fuga de Nguyễn Van Thieu y de los demás culpables. El teniente general Trần Văn Minh exclamó: “Los hemos estado esperando aquí para entregar el gobierno”. La respuesta del revolucionario Bùi Tin no se hizo esperar: “No hay duda sobre su transferencia del poder. Su poder ha colapsado. Usted no puede entregar lo que no tiene”.
Unos seis años antes, cuando aún el Pentágono blasonaba de victorias en el campo de batalla, a partir del elevado número de víctimas vietnamitas, el general Võ Nguyên Giap ya anticipaba la derrota política y militar de los Estados Unidos a la periodista italiana Oriana Fallaci en un encuentro en Hanói. La reportera riposta incrédula. El vencedor en Điện Biên Phủ le responde: “Tenga paciencia. No me interrumpa”.
La señora Fallaci lo interpretó entonces como un raspe. Esa frase, “no me interrumpa”, volvió a repetirse. Pero allí, uno de los estrategas más brillantes de la historia adelantaba la realidad de un imperio atrapado en las redes de la guerra asimétrica.
Para evitar el triunfo del Vietcong, los norteamericanos no podían abandonar al régimen represor del Sur. Pero inevitablemente tenían que retirarse ante el enorme costo que le infería la guerra de guerrillas.
Los agresores borraron del mapa a aldeas enteras, quemaron con napalm a seres inocentes, contaminaron las aguas, envenenaron el aire, defoliaron los bosques. El crimen estuvo todo el tiempo a la distancia del obturador, pero la intención será siempre incriminar a las víctimas. ¿Cómo olvidar a aquel amigo de los yanquis, el general Nguyễn Văn Lém, quien asesina a mansalva en plena calle, frente a las cámaras, a un joven indefenso?
Ahora circula la narrativa de que el muchacho ejecutado de un disparo en la cabeza era el máximo responsable de una masacre de civiles, entre los que habría ahijados del militar. Tratan de justificar el crimen como un acto de comprensible venganza. Sin embargo, los testigos apuntan que el general únicamente lo increpó entonces por llevar ropas civiles, con las cuales podía pasar inadvertido tras cualquier acción.
De haber sido los revolucionarios la jauría sedienta de sangre que describen los trasnochados de la derrota en Indochina, el señor John McCain, piloto derribado en los cielos de Hanói, no sería el candidato republicano en las elecciones de 2008, ni los tantos prisioneros norteamericanos habrían regresado a sus casas tras un acuerdo con la República Democrática de Vietnam. En definitiva, estuvieron en manos de seres heridos por una guerra injusta y cruel, quienes pudieron tomarse la justicia por sus propias manos, pero no lo hicieron.
Otros signos gráficos de la debacle estadounidense, siguen siendo las fotografías del holandés Hubert Van Es. Permanece la imagen de la fuga desesperada de agentes norteamericanos y de mercenarios sudvietnamitas en un helicóptero de Air América, desde la azotea de un edificio al servicio de la CIA en Saigón.
Aquel 30 de abril de 1975 dispensa una lectura sobre la resiliencia de los pobres, ante la prepotencia de un poderoso. La ciudad liberada se nombraría luego Ho Chi Minh, un mensaje para el alma sensible que anide en cualquier sitio y en todo el tiempo por venir: al margen de la prueba difícil, siempre será posible construir una patria diez veces más hermosa.