La ilustración plástica en la obra editorial constituye una propuesta cotidiana. Es bastante conocido y ponderado ese trabajo que va perennemente junto al universo monumental de un libro. Por lo general, nace el suceso literario y el parto de la imagen viene después, a manera de recreación, de complemento. Pero esa relación histórica no siempre se cumple en esa única dirección.
En el amanecer de la humanidad, hubo seguramente arte rupestre antes de la palabra hablada. Y, por supuesto, es por mucho anterior al signo escrito. La revista La Edad de Oro, del Apóstol José Martí, por ejemplo, reúne un mundo de interacciones no solamente grandes o inconmensurablemente hermosas, sino que funciona en justa medida al margen de la tendencia tradicional. La ilustración, por lo que parece, resulta más bien la génesis de los textos, de la magnífica factura escrituraria del Maestro.
Vuelvo a La Edad de Oro. El primer número de la revista se presenta con un cuadro del pintor alemán Edward Magnus, quien en su tiempo fue el retratista más destacado y famoso de Berlín. Ese hombre falleció en 1872, es decir, 17 años antes de la salida de la revista de Martí dirigida a la infancia de las Américas. Las ilustraciones famosas de la publicación no fueron concebidas para ella, sino que más bien son fuente inspiradora del texto martiano.
Hemos retrotraído a la publicación querible para aludir ese proceso que alguna gente, como la escritora, editora y crítica cubana Aida Bahr, denomina transposición artística. Recuerdo que el profesor José Orlando Suárez Tajonera lo calificaba de intervinculación. En la literatura, reitero, es donde se verifica ese acto de una manera más transparente, más comprensible. El título pudiera ser sin mucha angustia el de una novela, o el de una colección de cuentos.
El célebre artista cubano Carlos Enríquez quiso, supo y pudo hacerlo de manera consciente. Fue también un reconocido autor de novelas, un narrador en la más justa denominación del término. Nicolás Guillén, se sabe, ilustraba la dedicatoria de sus libros. La creación plástica, por lo visto, lo habitaba a flor de piel, en tal vez una prioridad creadora en su continente personal.
El mismo Silvio Rodríguez fue un ilustrador bastante reconocido. En la matrícula histórica de la escuela San Alejandro consta su expediente. El inmenso catálogo de sus canciones parece tocado por las disciplinas del mester plástico, desde la huella múltiple del grabado hasta la escultura monumentaria ambiental. Jerusalén Año Cero parece un mural antiquísimo, donde discurren Jesús y sus discípulos, aunque haya obras de un mensaje exactamente literal: El pintor de las mujeres soles y Óleo de una mujer con sombrero.
Hablaba hace unos momentos del milagro de la intervinculación de la plástica de Carlos Enríquez, con la concepción de sus propias novelas. El inolvidable maestro de la música contemporánea, el primer Premio Tomás Luis de Victoria, Harold Gramatges, decía con razón que Carlos Enríquez pintaba cuadros que se escuchaban, “suenan mucho y bien”, en una ejemplar sinestesia.
La creación artística cubre rutas infinitas por cualquier espacio, en todos los intersticios del tiempo. El eje temático del programa reclama revisitar el canon plástico de la Patria. Habría que avisar los oídos, alertar los ojos, sensibilizar los riachuelos del corazón, como los definió el Hombre de La Edad de Oro, para descubrirlo en la prioridad humana de hacer, de crear, de repartirse en la Utopía, de fundirse en los sueños de millones.













