José Antonio Saco, más cubano que todos los anexionistas 

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A la edad de 82 años, falleció José Antonio Saco en septiembre de 1879 en Barcelona, España. El descubridor del alma de la nación, don Fernando Ortiz, reparó tempranamente en el papel de este prominente intelectual criollo en la fragua de lo cubano. En la Sociedad Económica de Amigos del País, el sabio halló un corpus de ideas esenciales para la trascendencia histórica de su tierra.

Nada, ni siquiera el dato aparentemente insignificante, puede ponderarse a la ligera, ni del modo más simple. Como se sabe, Narciso López fue la cabeza más visible del anexionismo, una corriente política a la cual José Antonio Saco se opuso con energía y determinación. Cierta narrativa aún acusa al autor de aquellas sonadísimas memorias sobre los caminos y la vagancia en Cuba, de haberle “quitado la esposa” al venezolano de las expediciones armadas al servicio de los esclavistas del sur de los Estados Unidos.

Por lo visto, el debate jamás se apagará. La crítica de pretendido calado moral, al parecer busca rebajar a una línea de pensamiento opuesta a aquella otra que apostaba a unirse a toda costa a la Unión Americana. A lo mejor nos está faltando un estudio de género, que vindique por siempre a la viuda de Narciso, la señora María Dolores Frías, hermana del Conde de Pozos Dulces, con quien Saco fundó una familia y procreó hijos.

Pesa aún su profundo silencio tras el estallido del 10 de octubre de 1868 en Demajagua. No debe de haberle sido indiferente, sobre todo por originarse en su escenario natal. Ni tampoco porque cualquier resultado del lance bélico, tendría un impacto tremendo en la suerte de Cuba y en la realización o no de sus ideas.

Cubanos y peninsulares recabaron al mismo tiempo el apoyo de José Antonio Saco para sus respectivas causas, pero él prefirió callarse, aunque aún se insiste en que le confió a Francisco Vicente Aguilera en 1872 que no había más remedio que esperar el triunfo. Pero siempre fue muy reticente ante una revolución social, a la cual consideraba “la ruina completa de la raza cubana”.

El anexionismo siempre levantó cabeza en Cuba en cada encrucijada difícil. La grave coyuntura actual revive un neoplattismo trasnochado, donde cubanos de adentro y de afuera parecen cautivados hasta el paroxismo por cada emperador de turno. La desafortunada ola abolicionista de los años ´40 del siglo XIX embargó de un pánico terrible a los propietarios de africanos esclavizados. José Antonio Saco plató cara al peligro de desaparecer.

Era un hombre del Reformismo, no de la revolución. Creía firmemente que el patriotismo, el puro e ilustrado (así lo suscribió) debía “sufrir con resignación y grandeza de ánimo los ultrajes de la fortuna, procurando siempre enderezar a buena parte los destinos de nuestra patria”. Como buen intelectual, no pretendía imponer, sino más bien crear una corriente de opinión.

En un documento publicado el primero de noviembre de 1848 en la imprenta de Panckouche, en la calle de Pointevins 14, París, perfiló un profundo análisis a la luz de aquel tiempo, donde sostuvo que, “a pesar de que reconozco las ventajas que Cuba alcanzaría, formando parte de aquellos Estados, me quedaría en el fondo del corazón un sentimiento secreto por la pérdida de la nacionalidad cubana”.

Allá, del otro lado del mundo, hace exactamente 146 años, se despidió el hombre nacido en mayo de 1797 en Bayamo, cuna también del poema, de la canción, del himno, del pensamiento comprometido con la suerte de Cuba. En el testamento de José Antonio Saco aparece el reclamo de una tumba en su archipiélago.

Y otra vez el descubridor del alma de Cuba, el sabio don Fernando, repara la memoria para pergeñar el epitafio famoso. Una alerta para la acción, desde un falso descanso: “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”.

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