Suele decirse que Harold Gramatges es la tanta devoción por la música. Sigue siendo la virtud del pentagrama que se transpone en palabra. Ahí estaría buenamente la clave de su magisterio prístino, sencillo y arduo como el prodigio Mozart de Salzburgo. En fin, el maestro de portento y el profesor grandioso, ambos profundamente entrañables. Inequívocamente uno, inconmensurable, genio querencioso, puente entre tiempos.
Nadie como Harold para narrar la música, para contarla, para reinventarle alguna historia en correspondencia con los cuantos de dramatismo. Cada crítica, o el mismo ensayo musical, polifónicos, transdisciplinarios, tenían el inevitable tono del cuento: economía de recursos, el entramado musical más significativo que los propios personajes, la solución final aleccionadora, sorprendente, brillante.
Como un boceto discurren las palabras para el catálogo de aquella exposición del entonces joven artista de la plástica Leo De Lázaro en julio de 1995. O para explicar la excelencia de una de las formaciones vocales cubanas más significativas de la historia: Exaudi. Harold Gramatges lo radicaba como la obra exhaustiva de la profesora María Felicia Pérez. O cuando remarcaba el milagro de la intervinculación artística: Carlos Enríquez decíaes un pintor que suena mucho, melodía hermosa, armonía perfecta.
En la referencia numerosa, se apunta que Harold Gramatges fue uno de los más renombrados representantes de la creación musical cubana del siglo XX. Sobre eso no hay dudas. El criterio resulta unánime. Decía al principio que conecta épocas distintas. Fue la magnífica embajada que nos trajo hasta nuestros días, en este mismo escenario real y maravilloso, mágico y multicolor del Caribe, toda la fuerza telúrica de Amadeo Roldán y de Alejandro García Caturla. Aquellos ángeles murieron demasiado jóvenes, y faltaba un emisario que surcara calendarios para que la vanguardia no se desfasara.
Y ese mensajero compuso, ejecutó el piano, dirigió orquestas y coros, siempre a la luz de lo claro y lo difícil a la vez, repertorio sinfónico y filarmónico, como quien construye, concibe y funda desde las contraposiciones estéticas en el arte musical contemporáneo. Sí, fue inmenso en Cuba, pero necesariamente reconocido fuera de sus fronteras. Aunque se dice que todos los fallos fallan, cuando se creó el Premio Iberoamericano de Música Tomás Luis de Victoria, acaso el equivalente del Cervantes de Literatura, el primer galardonado fue Harold Gramatges.
Como es lógico, su música está muy lejos de ser la moda en el entramado sonoro de ahora. Pero en el sueño casi utópico de que un día la música sea, efectivamente, una asignatura de rigor en los programas docentes, estaría sin falta la obra de Harold Gramatges. Pasaron 107 años de su nacimiento. Dentro de poco se cumplirán 17 años de su deceso. El homenaje mejor sería su utilidad, actante vivo por la cultura de su pueblo, espada y escudo de la identidad de millones.