Girón en la música

0
17

Siempre habrá un cantar de gesta por la obra grande de Cuba. Girón aparece en el discurso necesario de la creación artística. Está en la propuesta de la más bella forma de lo bello como la definió Martí. Ahí se encuentra, por supuesto, la célebre trilogía de la Nueva Trova. Sorprende, eso sí, que, aunque fuera un trabajo por encargo, el resultado trascienda por el mensaje atemperado a cada momento, por el equilibrio, por ser ejemplarmente hermoso.

El proyecto es hijo de una sesión creadora. El maestro Frank Fernández, la ideó en tres partes. Conscientemente o por intuición, le confirió autor a cada una. Silvio Rodríguez, el de la famosa premonición en Cuba Va del machete que se enreda en la maleza, haría el Preludio. Eduardo Ramos, el de la Canción de los CDR, combate cotidiano, narraría la batalla. Sara González, quien le puso el alma a Su nombre es pueblo, del propio Eduardo, una mirada pretendida desde el horizonte, se encargaría de la victoria.

Existe la creencia de que el tríptico funciona desde el encanto de la trinidad santa del cristianismo, como una de las herencias más notables de la tradición humanística del mundo. Pero antes del mensaje de justicia y de amor del Hijo del Hombre, hasta caudillos devinieron triunviros para decidir en equilibrio. El tributo a Dionisos precisaba tres tragedias por autor en la Grecia clásica.

El Preludio de Girón, de Silvio Rodríguez, se inscribe en la tradición patriótica de Cuba, donde la fuente de eterna vida se halla en el sacrificio por la obra plural. El himno de millones asegura en la noticia nueva de la independencia y de la emancipación, que morir por la patria es vivir. Silvio redescubre los cantores de abril. La Patria deviene mujer sagrada que inclina el ceño ante los caídos. La poiesis (transposición de la lira con la palabra), fija la certeza de que nadie se va a morir. Y menos ahora.

Eduardo Ramos debió de concebir una tarea ejemplar en el orden estético, a partir de notas graves, duras, dramáticas. El estudio musicológico apuntaría información aleatoria de varias acciones combativas que se libran a la vez. El Vals Triste, de Sibelius, debe sonar melancólico. El danzón Masacre, de Silvio Contreras, remarca el puro dolor por los que caen en la escaramuza de un final tremendo. La canción de la batalla de Eduardo Ramos, supone un mosaico de estallidos en cada arpegio magistralmente ubicado, con precisión física y matemática, como quien domina a la perfección la orfebrería de la acústica.

Sara González, en la tercera parte, es un arco de triunfo. El propio maestro Frank Fernández, el querube de la idea, quiso acompañarla al piano en ese desfile final. La armonía, sin dudas, es obra suya. Tiene su sello. Ahí concurren otros talentos de la escuela cubana. Está el latido del corazón cubano, ese pulso que tal vez solamente puede dar el maestro Plá en la percusión. Y Sara, inconmensurable como siempre, corazón tanto que no desentona, pura calle con la exactitud de la academia, fuerza, empuje.

Muchas voces completan el ensayo sobre aquel abril de 1961 en Girón. Como otro canto de gesta, la trilogía de la Nueva Canción resulta indispensable: reúne el código numeroso del mundo pensado desde el Caribe, la intensa gama del mester humano, la pasión de cantarle a la obra social y humana más límpida y generosa de la historia.

Califiquenos

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre