Las convenciones estéticas y las reglas de la creación persisten para romperse. En la música constituye una misteriosa necesidad. El vanguardismo tendría génesis en la prioridad humana de ajustar la más bella forma de lo bello, como la calificó José Martí, es decir, una de las bellas artes como taller del mundo, donde muchos estetas radican la fuente misma de la humanidad.
El arte musical vanguardista en Cuba aparece como un estallido en los años ´60. El triunfo de la Revolución resulta un acontecimiento determinante, y no solamente por aquel sueño del Che de un hombre nuevo que significaría una música nueva. La democratización de la cultura, de la instrucción, el cultivo de la sensibilidad, la revolución otra en la academia, lograron articular un panorama sonoro diferente, a partir de conceptos revolucionarios.
El nuevo mundo de relaciones de la Cuba socialista, determinó intercambios ejemplares que multiplicaron los caminos de la vanguardia musical. Fue un programa consciente: a unos países del Este de Europa iban compositores, a otros investigadores, en correspondencia con el nivel de desarrollo en cada una de esas vertientes.
En los catálogos aparece esa música de vanguardia, difícil de hacer, complicada para aquilatar, que colorea la historia de los festivales de música contemporánea de La Habana. Y aparecen personalidades principalísimas, como Leo Brouwer, Edgardo Martín, y Harold Gramatges, el primer Premio Tomás Luis de Victoria, homologado con el de Literatura Cervantes.
No serían esos los únicos nombres. Ahí está la obra de Roberto Valera, de José Loyola Fernández, de Héctor Angulo, de Carlos Fariñas. Una autora, intérprete, profesora cubana, Ailem Carvajal Gómez, daría un impulso cualitativo con la Sociedad para el Desarrollo de la Música Contemporánea (SODAMC). A manera de proyecto, aún trabaja en El Vedado capitalino el Laboratorio de Música Electroacústica, fundado por el siempre presente maestro Juan Blanco.
Un público mejor preparado, un oído atento, sensible, conocedor, determina en una era diferente que las vanguardias se difuminaran con mayor rapidez y por grandes escenarios de los confines de la nación. Es un proceso que tiene a Amadeo Roldán y a Alejandro García Caturla como raíces, fuentes constitutivas, quienes ya desde su tiempo, no solamente facturaron propuestas modélicas, sino que suscitaron la necesaria polémica.
Como era de esperar, el vanguardismo también disparó las controversias sobre conceptos, en torno a la calificación, y a veces hasta la descalificación. Grandes maestros de la música cubana, de un catálogo portentoso, como el caso de Ernesto Lecuona, se inscribieron siempre en lo tradicional. De tal suerte, su nombre, el más reconocido de los músicos cubanos en el planeta, se tachó de conservador.
El vanguardismo apunta a la renovación, a las contraposiciones estéticas. A cada rato se habla de la necesidad de insertar a la música en los programas docentes del país. Socializar el arte musical contemporáneo parece un sueño utópico, pero es otra tarea pendiente que vale la pena emprender.