Vivir cerca de un paradigma confiere buena fortuna para recorrer el mundo. Y también los intersticios de la historia. José Antonio Méndez logró tener más de uno en el intenso sitio humanal de la familia. El creador auténtico lo reconoce y lo valida con su propia existencia, con la música que trasciende, que identifica a su tierra, que conmueve la fibra más sensible de sus hermanos.
El autor de La gloria eres tú, nació el 21 de junio de 1927. Es decir, esa costumbre tan cubana de ajustar el reconocimiento grande y hasta espectacular en la cifra matemática notable, se encuentra ya en el umbral del centenario. En solamente tres años, el barrio de Los Pinos en Arroyo Naranjo, deberá de ungir al hijo célebre que lo hizo apunte en los diccionarios de la música y tal vez camino de la transposición artística.
Ese cante de ida y vuelta de José Antonio Méndez, entre el escenario natal y el centro histórico de La Habana metropolitana y cosmopolita, implica un trayecto coincidente con la inquietud origenista. Quizá sean las mismas musas que alentaron la poesía tanta por la Calzada de Jesús del Monte. Sería tarea del estudio morfológico hallar alguna coincidencia del tiempo entero de Eliseo Diego, con la hora en que fragua la canción del Ronco de Oro.
Como en otros tantos casos del mester artístico, vuelve a repetirse aquel misterio que mundializó Mozart: la obra de José Antonio Méndez, resulta tan fácil, libre de rebuscamientos, melodía que jamás se complica armónicamente, tan sencilla y clara, que se hace difícil. Sobreviene entonces la escuela: cada pieza se convierte en audición analítica, estudio para la composición, la interpretación, para entender y amar a la tierra paridora del milagro.
Pertenece José Antonio Méndez a aquella estirpe de los años ´40 del siglo pasado, de aedos guitarra en ristre, obediente a cada pulso del corazón. El feeling, como la big band, se hicieron cubanos para siempre. Una política lingüística equilibrada y justa, tendría que reconocerles a los trovadores semejante audacia.
El feeling de José Antonio, como ocurre en la propuesta de sus compañeros, constituye información aleatoria. No está en el pentagrama, ni consignada en parte alguna. Se encuentra, claro está, en las claves del corazón, en los riachuelos del alma que recorren de norte a sur los confines entre pecho y espalda.
Cambió para siempre la guitarra, en ese viaje tan cubano que años después coronará en la nueva canción, donde otra vez un adjetivo supone concepto, siembra de categorías para la tarea transdisciplinaria de hacer, de pensar, de compartir, de trascender.
La amistad le depararía a José Antonio Méndez y al feeling numeroso, caminos acaso inesperados. Allá por Veracruz, por ejemplo, el fenómeno Toña La Negra extenderá la obra por los mares del abrazo. Remontará montes, la Torre de Babel, las trampas del reloj. Será pertenencia colectiva en cualquier lugar del mundo, en cualquier minuto de la historia humana.
Claro que la ingratitud, la desmemoria y la insensibilidad pretenden borrarlo del catálogo inmenso. Parece una tragedia de este minuto que transcurre y muere. Pero el legado de José Antonio Méndez prevalece, logrado, funcional, constitutivo, actual, él también paradigma como sus maestros, en la forja perpetua de su Patria.