El pasado miércoles 28 de mayo, fue el Día Internacional del Juego. Tal vez haya alguna alusión en las redes digitales, pero la jornada pasó, al menos entre nosotros los cubanos, prácticamente inadvertida. Y aunque el tercer domingo de julio es el Día de los Niños en Cuba, nuestro país aparece entre los que celebran el primero de junio el Día Mundial de la Infancia.
De modo que, a la luz de efemérides planetarias, vivimos un intermedio durante estos días por la esperanza del mundo, como el Apóstol definió a quienes saben querer. La profunda crisis económica que hiere la cotidianidad de la nación, deprime accesos, reduce la cantidad de recursos, complica las gestiones. Pero la idea, la actitud, la vocación, no deben de apagarse jamás.
El deterioro de áreas para el juego infantil supone un durísimo golpe, repartido y dramático, por toda la geografía cubana. Y la presunta recuperación, ha llegado frecuentemente de la mano de emprendedores privados, que fijan parques inflables con signos foráneos, en espacios alquilados, con precios al público de oferta y demanda de tiempos duros.
El Día Internacional del Juego recuerda, más bien, la fecha de la constitución en Toronto, Canadá, el 28 de mayo de 1987 de la Asociación Internacional de Ludotecas (ITLA, por sus siglas en inglés). El Día Mundial de la Infancia, pretende reiterar en la memoria millonaria del planeta la inmensísima responsabilidad con la niñez, los constructores del tiempo futuro.
Son días, digamos, para pensar un tema-problema. El juego cultiva afectos, la creación, la inteligencia; desarrolla habilidades, saberes, la capacidad de pensar. Y esa no es una tarea exclusivamente de las vacaciones, circunscrita a la etapa estival. Pertenece al día a día.