Las artes plásticas cumplen el mandato histórico de transponer al mundo en signos. Desde el quehacer rupestre en las cavernas, hasta las más actualísimas tendencias del proceso civilizatorio informático y comunicacional contemporáneo. En ellas va la trayectoria numerosa de la estirpe humanal.
Por ese trayecto varias veces milenario, transitan los líderes espirituales de cada momento. En las artes plásticas concurre la utilidad, la pertinencia, la confirmación de los modelos de actancias de la semiótica. Hasta la unidad y lucha de los contrarios de la dialéctica: guerra y paz, la irreverencia y el abrazo, la academia y el rompimiento.
Resulta imposible reunir en poco tiempo el capítulo plástico cubano. La tierra real y maravillosa inscribe nombres en el canon del mundo: Menocal, Amelia Peláez, Carlos Enríquez, Wifredo Lam, Antonia Eiriz, Portocarrero, Mariano. En el registro cercano, existe obra tanta, querible, útil, pertenencia colectiva, en el quehacer de Rita Longa, de Alfredo Sosabravo, de Flora Fong, de Roberto Fabelo, de Nelson Domínguez, de Manuel Mendive. El taller de los maestros significa raíces esenciales de la Patria.
La plástica recorre cada edad planetaria, la revolución como idea, la primavera, la guerrilla. La galería fue el espacio tradicional, donde la curaduría halló el aplauso y la inconformidad. Pero el hacer, por su naturaleza, rompe las reglas. Y el arte calle fue al encuentro de la gente en su propio escenario existencial: la plástica en intervinculación con el resto de las disciplinas de la creación, reinventando la comunidad, incluyendo, uniendo, compartiendo.
Ese es el milagro de la interacción artística. Nicolás Guillén firmaba sus libros con dibujos. Y un cuadro resulta la canción Óleo de una mujer con sombrero, de Silvio Rodríguez.
Y así discurre en la tradición literaria la novela Tilín García, de Carlos Enríquez. Como también representa un universo infinito cualquier solución escenográfica para la Electra Garrigó, de Virgilio Piñera.
Cuba vive una profunda crisis económica. La precariedad material supone un golpe terrible en la escultura, en la pintura, en el dibujo, en el grabado. ¿Cuál sería el dictamen de esa herida sangrante en la cotidianidad de la docencia? En algún momento habría que reconocer a los creadores cubanos que no se rindieron en su noble causa.
El mercado impone sus reglas. Será preciso vivir, tal vez sobrevivir. Pero a pesar de la coyuntura desoladora, de las leyes del dinero, hay mucha gente que aún apuesta a la luz del quehacer, a que no se apague la actitud ni el compromiso del artista con su instante. El rayo no cesa a pesar de todo. Siempre será necesario cultivar la sensibilidad con los colores del tiempo.