Alfredo Guevara: aún es tiempo de fundación

0
125
*

No debiera permanecer Alfredo Guevara atrapado en las redes de la elipsis. En esta narrativa postmoderna de la premura digital, se le dispensan referencias sumarias: nació el 31 de diciembre de 1925 en la capital de Cuba, se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, presidió el ICAIC como primera medida cultural de la Revolución. Pero fue se sabeuna existencia distendida, pródiga en colores, en hechos, en signos.

Recibió en La Habana a la periodista italiana Oriana Fallaci, quien deseaba entrevistar entonces al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. El suceso no podía ser más simbólico. Otra vez concurría la amistad con el líder revolucionario, en un probable debate de pensamiento, frente al tintero de un periodismo eurocéntrico, sesgado e irreverente. Por razones conocidas, el encuentro jamás se concretó, pero ahí estaban listas las ideas de un socialismo de carácter renacentista.

Alfredo Guevara aparece ya en aquellos primeros atisbos de combate, cuando aún el amigo no era el líder que el mundo conocería después: el viaje de la Campana del Ingenio Demajagua en 1947 hasta La Habana para la nueva carga de la juventud; la organización de un congreso latinoamericano y caribeño de estudiantes en Colombia en 1948; la presencia en el Bogotazo en abril de ese propio año tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Hasta el final de sus días, pareció caminar por el filo de la navaja, allí donde las ideas presagian peligro, fuego, fragua.

Era esencialmente un cineasta, para quien la creación artística debe instruir, sensibilizar, levantar, salvar almas, desde la prioridad del debate, de romper dogmas contra viento y marea, pero sin un margen para la deslealtad. Aún resuena en la historia la encendida polémica con el líder histórico de los comunistas cubanos, Blas Roca Calderío, en torno al papel de la intelectualidad en el socialismo. Pero también trasciende la permanencia del hombre en el proyecto de su pueblo, ante la defección de compañeros de ruta y frente al eventual naufragio del denominado quinquenio gris.

Cintio Vitier hablaría luego de encarar un parlamento en una trinchera. Creo que Alfredo Guevara ya estaba desde mucho antes en esa complicada tarea, lejos por supuestode la rémora stalinista, pero que tampoco comulga con la crítica fácil, maniquea y simplista que alienta el poder hegemónico global. A su amparo crecería el poema, el nuevo cine, el quehacer del rompimiento, hasta el famoso acto del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, donde halló un hogar el justo equilibrio de la fidelidad y de la herejía.

El Che recordaba en carta a Armando Hart desde Tanzania, tras la aventura revolucionaria en el Congo Belga, que el pensamiento marxista se abrió paso desde la confrontación. Alfredo Guevara defendió ese principio a su cuenta y riesgo. La solidaridad soviética, decisiva para la sobrevivencia de la Revolución Cubana, suscitó un seguidismo ideológico (así lo calificó el Che) que el director-fundador del ICAIC se negó a compartir.

Nunca serán fáciles las relaciones de la cultura con el poder político. Parece algo natural e inevitable. Ni siquiera la obra social y humana de los cubanos, modelo de democracia participativa, ha podido desentenderse de ese sino. El talento de Fidel evitó cismas, calmó angustias, hasta contribuyó a curar alguna que otra herida. Es una praxis que no debiera disiparse.

Los libros Revolución es lucidez y Tiempo de fundación, de Alfredo Guevara, me parecen capítulos de la empresa perpetua contra la obsolescencia y por la transformación. No deja de ser una apuesta por el sueño del amor, de la justicia, de la equidad. No importa si pareciera remoto. Tampoco si sea imposible.

Califiquenos

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre