La vía, el tráfico, los accidentes y la vida humana forman una disyuntiva cotidiana que nos compromete a peatones y choferes. En Cuba, donde prevalece la prioridad de la salud de las personas, se protegen pacientes con los más difíciles padecimientos, sin intervenir una transacción, aunque los costos sean elevados, es triste que la indisciplina haga trizas tan noble empeño.
Las estadísticas muestran que los fallecimientos y traumas, como consecuencias de colisiones automovilísticas, son altos. También registran como causas históricas: conducir en estado de embriaguez, no respetar el derecho de vía, no ajustarse a lo legislado en cuanto a exceso de velocidad o de pasajeros en carreteras peligrosas y, algo muy frecuente en la zona rural, los animales sueltos en la vía.
Se transforman algunas normas para llamar al orden a los ciudadanos, tanto a los que van al volante de cualquier medio de transporte, como a quienes transitan, muchas veces descuidadamente como si las calles o autopistas estuvieran libres de tránsito.
Cuando no pensamos en lo que hacemos, no somos responsables. Si nos perjudicáramos solo a nosotros, quizás el sobrenombre correspondiente sería el de torpe. Pero es difícil vivir en sociedad y no incomodar con nuestra conducta a otros miembros de la comunidad. Arriesgamos la vida y ponemos en juego la de otros, incluyendo la de familiares y amigos.
Debemos concientizar que la existencia humana no es una carrera de velocidad. Es una extensa, empinada y colmada de obstáculos carrera de resistencia. Solo los más sensatos, los que no desafían a nadie, los que no tienen que demostrar sus habilidades en la vía pública, pueden ver a sus hijos crecer, velar por sus padres hasta el último aliento y rodearse del respeto de todos.
