Podríamos encontrar un número revelador de respuestas; y todas legítimas. Quizás, en cada una de ellas se subraya un aspecto de este complejo proceso. Educar es aprender a vivir en sociedad. La instrucción supone una interacción entre las personas que intervienen enseñando y aprendiendo paralelamente, lo cual le otorga una dinámica exclusiva a este proceso.
Es atractivo el hecho de que la educación en su forma constante y planificada es intencional, pero también existe aquella que se cultiva sin plena conciencia, solo con el proceder habitual como por ejemplo en el ámbito familiar. Creo que la acción de instruir es trascendental para dejarla sólo en manos de los maestros. Los padres deben ser agentes más activos.
Hablar de la familia y la escuela es hablar, en primer lugar, de la responsabilidad de los padres en el aprendizaje de sus hijos, y, en segundo lugar, de la necesidad de una colaboración precisa entre ambos sectores. Se requieren canales de comunicación y una acción unificada para que los niños se desarrollen intelectual, emocional y socialmente en las mejores condiciones.
Por ello, la suma del esfuerzo de los dos bastiones de ese proceso, la familia y la escuela, es, según los expertos, el camino a seguir. La sintonía entre los dos contornos valiosos del niño, además de concebir cordialidad entre padres, madres y profesores, incitará la idea de que se encuentra en espacios disímiles, pero complementarios.
