1869. Octubre. José Martí ingresa en la Cárcel Nacional, acusado nada menos que de infidencia. Seguramente que, a lo largo de más de 150 años, ese delito haya reunido otros contenidos, pero tanto entonces como ahora, se circunscribe puntualmente a militares o a policías que obren con información sensible para atentar contra un Estado, o para subvertir el orden interno y la seguridad ciudadana de un país.
El joven Pepe, de 16 años, no era ni lo uno ni lo otro, ni buscó ni ojeó legajo desclasificado alguno, ni representaba en la práctica ningún peligro para aquel régimen. Pero el despotismo en cualquier época, cruel y desbordado, suele temblar ante cualquier idea límpida donde anide el sueño del amor, de la justicia y de la emancipación.
Sería precisamente ahí donde radicaría la causa de aquel arbitrario arresto, más allá del sentido de la carta escrita a un condiscípulo, Carlos de Castro y de Castro, un nombre que solo trascendió en virtud de la grandeza del remitente. Era, como se sabe, un alumno del profesor Rafael María de Mendive, que había ingresado en la soldadesca de la tiranía española.
¿Qué había ocurrido? Se conoce el incidente ocurrido 17 días antes, cuando una escuadra de Voluntarios pasó frente a la casa de la familia Valdés Domínguez, en la calle Industrias número 122, esquina a San Miguel, en La Habana. Aquellos paramilitares aseguraban que los jóvenes que se hallaban en la vivienda se habían burlado de ellos. En horas de la noche, irrumpieron en el lugar, registraron, rompieron, y arrestaron a los hermanos Fermín y Eusebio. Luego detienen al resto. Allí encuentran la mencionada carta, a la cual en un principio no le concedieron importancia alguna.
Pero más tarde, un funcionario de la secretaría del gobierno interpreta el justo sentido del texto. Para completar el expediente, se precisa actuar contra el autor de la misiva, considerado de hecho “un enemigo de España”. Desde la cárcel, el joven Martí escribe a Pedro Mendive sobre una eventual deuda de 109 pesos “a la Fábrica de Papel”, lo que parece la evidencia de posibles relaciones con el periódico clandestino El Laborante, a cargo de Carlos Sauvalle.
Aunque Fermín Valdés Domínguez declaró ante el tribunal actuante que era él solamente el autor de la carta, la encendida autoincriminación de Martí parece haber decidido los presuntos autos de culpabilidad y la sentencia misma. Hasta ahora, no se ha hallado el original del texto, lo cual impide un posible diagnóstico grafológico. No se olvide que, a partir de esa disciplina, un policía catalán escribió recientemente un libro en el cual asegura que Jack El Destripador fue realmente el escritor Arthur Conan Doyle. El documento, pues, se inscribiría sin falta en la hermosa empresa de la Edición Crítica a cargo de un equipo del Centro de Estudios Martianos.
Lo que se sabe de la traída y recurrente carta se debe a los recuerdos de Fermín Valdés Domínguez. Y para eso, el amigo de Martí no se circunscribió a una sola versión, sino que dio realmen4e dos. En ambas aparece esencialmente el mismo problema, idéntico emplazamiento al condiscípulo, la misma acusación de apostasía, es decir, de traición, pero redactada de dos maneras diferentes.
Sobrevino entonces la dura prueba del presidio. Nadie podría desentenderse de esa etapa terrible que coronaría el ensayo formidable El Presidio Político en Cuba. Y la búsqueda indispensable de las Canteras de San Lázaro cristalizó en el Museo Fragua Martiana, donde el dolor logró transformarse en fuego, en purificación, en luz.
El grillete confirió autoridad moral al poema para anudar abrazos nuevos y encender para siempre la esperanza. Le escribió cierta vez a una de sus hermanas que no era feliz, pero a la manera del latido bíblico, conquistó ese estado de espíritu en el sufrir bastante por la obra enorme de su pueblo.













