A raíz de su deceso en agosto de 2020, alguien escribió desde la emoción misma que el futuro de la plástica sin Pedro de Oraá se vislumbraría incierto. Él, también poeta de excepción, debió de entender las claves de una posible trascendencia, que discurren despacio como el día. Pero concurrían otras circunstancias.
Era el último de Los Diez Pintores Concretos de Cuba. Eso: un sobreviviente. Y con una fidelidad a la abstracción geométrica que jamás deja de sorprender. Aquel grupo de integración que tal vez reclama también un estudio a la luz de la Psicología, fue un crisol de generaciones que se conjugaron por las cuerdas del tiempo sin ningún tipo de angustias.
Como el resto de sus colegas, Pedro de Oraá fue un maestro de la transposición artística. (El profesor José Orlando Suárez Tajonera habría preferido seguramente el término intervinculación.) Loló Soldevilla, la compañera, había recorrido un camino por la música, con probables interrelaciones con la vanguardia de Roldán y de Caturla. La experiencia fue un templo donde peregrinaron escuelas, disciplinas, épocas y signos culturales del mundo.
Parece el sino del creador: ser muchas cosas a la vez. En la historia del arte abstracto del mundo aparece siempre como referencia el nombre del neerlandés Theo Van Doesburg, quien fue arquitecto, poeta, narrador y artista de la plástica. En el maderamen del mester, el último de Los Diez también lo fue todo. Y con una dignidad restallante y reveladora.
Por eso se me ocurre pensar que Pedro de Oraá fue un héroe del equilibrio y de la justicia. Resulta ya casi un lugar común decir que una imagen vale más que mil palabras. ¿Qué nos dijo con su obra transdisciplinaria este maestro de la abstracción? Pues que existen palabras imposibles de representar con miles de imágenes.
Cualquier título de sus libros pudiera serlo igualmente de una obra plástica, o de un montaje plural. Semejante narrativa confirma que no existe un lenguaje más completo que otro, ni una disciplina por encima de otra. El hombre nos dejó, quizá sin proponérselo, una propuesta de estudio inacabable desde los principios de la Teoría de la Complejidad.
La infinitud del universo no puede transitar de manera lineal. La abstracción geométrica puede explicarlo desde las ciencias duras inscritas en la creación artística. El lenguaje visual de las formas, la línea, el color, determinan consciente o inconscientemente la fragua lírica, o un estallido de pensamiento en el ensayo, o tal vez un ostinato como encargo del drama que precisa una frase repetida, o que necesita alguna razón para la controversia en coplas, octosilábicas o no, o que plantea un remedo de alternativa antigua como génesis de la tragedia.
Bien lo supo el maestro desde el principio. La abstracción figura desde el mismo inicio de la humanidad, como una de sus herramientas para interpretar al mundo. O para reinventárselo. Y sobrepasará el final del tiempo en la pertinencia de fundar otras estrellas. Siempre habrá agostos para conmemorar la despedida del postrero de Los Diez con la ofrenda que no se agota: el taller, la idea, la consagración.