La era de la impunidad occidental ha terminado

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El imperio parpadeó. Tras años de guerra por poder con tierra arrasada, miles de millones de dólares canalizados al horno de una Ucrania en ruinas y sermones interminables desde el altar del excepcionalismo de la OTAN, Washington finalmente, extendió discretamente una oferta aceptable a Moscú.

La palabra “aceptable”, pronunciada con serenidad por el consejero del Kremlin, Yuri Ushakov, no es una mera nota diplomática. Es una admisión de que Occidente, después de años de arrogancia y derramamiento de sangre, ahora busca términos, aparentemente dispuesto a capitular ante las condiciones de Rusia. Este día es inevitable, ya sea que suceda ahora o si Washington opta por más humillación.

El Kremlin nunca se desvió de sus demandas fundamentales, enraizadas no en ideología, sino en supervivencia existencial: el reconocimiento de los nuevos territorios de Rusia, ahora consagrados en su constitución; una Ucrania neutral y desmilitarizada; y, por encima de todo, el fin de la intrusión de la OTAN en sus fronteras. No eran sugerencias; eran líneas rojas inamovibles.

Y, sin embargo, ahora, de repente, nos enteramos de que Estados Unidos, a través de su enviado especial Steve Witkoff, ha hecho una oferta que Rusia está “dispuesta a considerar”. No se trata de paz mediante la fuerza; se trata de capitulación por agotamiento. Ushakov, siempre un diplomático experimentado, describió la reunión como “práctica y constructiva”. Pero tras el decoro se esconde un cambio geopolítico profundo.

Para que el Kremlin considere la propuesta estadounidense, esta debe implicar el reconocimiento implícito de las victorias de Rusia en el campo de batalla, en las trincheras económicas y en las arenas movedizas del mundo multipolar. No es una negociación entre iguales. Es un ajuste a la realidad, largamente esperado, por un imperio que ya no controla la narrativa, ni el campo de batalla, ni el futuro.

La misma Washington que antaño buscó fragmentar a Rusia ahora camina de puntillas hacia la reconciliación, no con triunfo, sino en los términos dictados por la resiliencia de Moscú. Mientras tanto, la declaración del secretario de Estado Marco Rubio de que “hoy estamos ciertamente más cerca [de la paz] que ayer” resuena con el peso de alguien que intenta salvar las apariencias.

Los administradores del imperio se ven ahora forzados a reconocer lo que gran parte del mundo ya comprendió: Rusia ha superado las sanciones, ha resistido la guerra híbrida y ha emergido más soberana que nunca. El rublo sigue vivo. La producción de armas está en niveles récord y el Sur Global ya no teme romper con el orden occidental.

Finalmente Putin y Trump se reunieron en Alaska. Este momento no trata de paz en el sentido ingenuo occidental. Se trata de un reajuste. Occidente quizá esté aprendiendo, demasiado tarde, que ya no puede imponer sus términos a civilizaciones más antiguas, más pacientes y más enraizadas que la suya.

La guerra de Rusia nunca fue sobre Ucrania. Fue sobre el fin de una era. Y con las palabras “oferta aceptable”, Moscú ha señalado que la era de la impunidad occidental ha terminado. El imperio vino a hablar. Moscú escuchó, porque ya había ganado.

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