Hugo Chávez: la esperanza al alcance de la mano

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Vino al mundo el futuro líder en el noroccidente de Venezuela, por aquellos parajes con sed del abrazo de otros confines que Simón Bolívar soñó reunidos en una misma familia. Julio de 1954 parece la lectura exacta del mensaje de la tierra, que la escritura santa suele encargar al elegido.  

Sabaneta, donde nació el Arañero, es la capital del municipio de Alberto Arvelo Torrealba, el célebre autor del poema Florentino y el Diablo. Hugo Chávez Frías, extrovertido y desenfadado, cantará siempre la copla llanera en compases ternarios, donde late el ritmo de la sangre del heroísmo ancestral.

Llegó el Hombre en cuna de escuela, con distendida tradición de la carga a caballo del bien contra el mal, como describen esos versos de Arvelo Torrealba, en la perenne liza de la vida frente a la muerte. La estrofa octosilábica halla su mejor registro en la controversia. Ese será el sino de la existencia del Comandante Bolivariano: ajustar las armónicas del alma en la prioridad de la lucha.

Otro tanto resulta la afición de Chávez al béisbol, una creación anglosajona que esta estirpe del Caribe ha hecho tan suya, y que ya constituye contenido de estos pueblos, tan identificados por el beso del mar, como remedando aquel aserto de la canción: el béisbol se parece demasiado a la vida.

El joven Hugo siempre quiso ser pitcher, en la posición más alta del terreno, y que el atleta debe defender a toda costa, a puro coraje. Hay que hacer de cada lanzamiento una sorpresa de creación heroica, como reclamó Mariátegui en la obra de la emancipación. En su caso, la zurdera apunta a su destino en la confrontación ideológica siempre en la izquierda. Y con un paso adelantado a la hora de emprender el turno en la ofensiva.

La poesía subraya que El Libertador nace cada cien años. El Comandante Supremo buscó vindicar a la academia militar en la responsabilidad de volver al ruedo de la historia otra vez. El Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, apunta ese quehacer a nivel de conciencia que discurre despacio como el día, a la manera del poema, en cada soldado de alma límpida.

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz lo definió como el mejor amigo de los cubanos. Pero realmente fue su hijo en la intensidad de la revolución. El Che decía que no se vive celebrando victorias, sino superando derrotas. Había una identidad ejemplar entre ellos en el minuto de remontar el revés.

Fue inmenso Hugo Chávez aquel 4 de febrero de 1992, cuando llamó a sus compañeros a deponer las armas. Dijo entonces que “por ahora” no se cumplieron los objetivos que se habían trazado los revolucionarios de la nueva Venezuela. En la frase estaba la fe inequívoca para otra campaña admirable, en la infinitud de todos los tiempos por venir.

Vivir su hora fue tener la esperanza al alcance de la mano. La justicia social se multiplicó frontera adentro en las misiones del milagro. Y tendió puentes en Nuestra América, como si fuera a cumplirse al fin la agenda del Congreso Anfictiónico de Panamá. Dolorosamente falta su encanto, pero a cada rato estalla el orgullo bolivariano en las calles de su Patria. Y regresa en cada carga necesaria en el legado de Maisanta.    

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