En San Miguel de Tucumán emergió la Argentina el 9 de julio de 1816. Allí le nació a la patria bicontinental del Cono Sur, otro 9 de julio, el de 1935, una de sus voces de congregación, de identidad, pulso telúrico de su propia entraña. En la casa la llamaban Marta, pero el mundo la nombraría más como Mercedes, la patrona de la comarca, Generala del Ejército Argentino.
Mercedes Sosa arribó a la vida por una estación de tristeza. Lejos de allí, en Medellín, anudando abrazos en una gira, había partido trágicamente el Zorzal Criollo. Pareció entonces acontecer una reparación del cielo, la voluntad siempre misteriosa de las musas de exorcizar dolores, de espantar demiurgos, de curar la herida en el alma colectiva.
De cuando en cuando, se le dice La Voz de la Tierra Mecha. Creo que lo fue de la Patria Grande, o tal vez de cualquier segmento del mundo con sed de justicia. Llevaba en sangre, piel bien adentro, la síntesis de herencias calchaquíes y de tantas longitudes del globo. El verso martiano no se cansa de habitar en la inquietud revolucionaria: ir a todas partes, venir de cualquier lugar.
La Negra Sosa se extendió en la utilidad del quehacer artístico en aquella década de 1960, cuando la juventud del planeta quiso transformar para bien la historia. La Nueva Canción Latinoamericana y Caribeña, surgía al conjuro del triunfo de la Revolución, de un tiempo de primaveras y de guerrillas, de una era que paría un corazón, bajo un cielo incendiado, con un Che vivo definitivamente, sin fronteras entre la epopeya y la leyenda.
Jamás se olvidará aquella forma tan suya de asumir Canción con Todos. Era letra de Armando Tejada Gómez, con música de César Isella. Pero la obra nacía de lo más profundo de su espíritu. Mercedes Sosa la interpretó desde esa vocación de reunir, de trabajar juntos, de fundar sin exclusiones gratuitas. Ahí está sin falta el latido compartido de millones.
En la hora perpetua de los hornos consagrada por el prócer, concurre el canto de Mercedes Sosa. Gracias a la Vida, de Violeta Parra, y Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara, hallaron entonces nuevos caminos, levantaron otros ánimos, crearon, despertaron en tantas partes la certidumbre de la esperanza.
En sus manos aparecía a cada rato el signo de la mezcla de estas tierras. Era mestizo su continente. Unas veces sostenía algún instrumento de los pueblos originarios, el tambor folklórico de la familia meridional americana, o ejercitaba la página de hondo compromiso de esta parte, en el teclado aventurero del otro lado del mar.
Jamás ocultó sus heridas, ni la pena por un amor perdido, ni el pesar por alguna derrota de las izquierdas. Mercedes Sosa armó proyectos, concibió discos, construyó un legado artístico que aún compromete a sus hermanos, con un lugar para la Utopía y sin un minuto para el descanso.