Próximamente, el primero de junio celebraremos el Día Internacional de la Infancia. Nuestros padres confiesan cierta nostalgia por los planes de la calle del pasado. Es cierto que, por razones bien conocidas, el panorama económico era muy diferente. Pero igual, tendríamos que reconocer una mejor concertación y un entusiasmo real de las organizaciones políticas y de masas en la comunidad. Jamás faltó la virtud de crear, de romper entuertos, de solucionar problemas.
El primer día de junio en el calendario constituye un suceso donde concurren los juegos, los cánticos populares infantiles, las tradiciones que lamentablemente se han ido perdiendo con el paso de los años. ¿Dónde quedaron las carreras en sacos, las competencias en zancos, la simpática situación de ponerle a ciegas el rabo al burro, y aquel divertimento de hallar el “culpable” del pan quemado en el horno?
Ahora vivimos centrados en la precariedad material, dura y perdurable, pero no reparamos en la pérdida gradual de la fantasía, de los colores de la inocencia. El Día Internacional de la Infancia implicaría hallar el instante feliz en la propuesta que no someta a los pequeños a la quema de etapas.
Creo que el “mundo de los adultos” está ya severamente dañado por la tensión de la cotidianidad, por el stress, por el retroceso terrible de valores, por la ausencia de auténticos paradigmas culturales. La fiesta implica alegría, pero la agenda debiera dirigirse a instruir, a sensibilizar, a congregar.
Las nuevas tecnologías revolucionaron las comunicaciones, pero el género humano, paradójicamente, se comunica cada vez menos.
Revertir esa realidad no es tarea fácil, ni mucho menos, pero el Día Internacional de la Infancia representaría una jornada para hacer y para pensar. La celebración espera la acción mancomunada de todos sin excepción. Ellos, como nadie, lo merecen.
Cualquier aporte material sería bienvenido, indispensable, agradecido. Pero falta la idea que reúna, que cultive la capacidad de soñar, la maravilla que anida en el corazón de los eternos amigos del Apóstol, de los que saben querer, de la esperanza del mundo.