El desembarco en Duaba: el mérito grande de Flor Crombet

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El fuego del 24 de febrero de 1895 jamás se habría apagado, pero a un mes del estallido el ímpetu ya no era el mismo. En carta memorable, donde el Apóstol, orfebre de la palabra, extiende a Maceo el más cuidadoso y equilibrado catauro de juicios y razones, escribió: “El ejército está allá. La dirección puede ir en una uña”. El desembarco por Duaba el primero de abril de aquel año, le devolvió la iniciativa al independentismo para no perderla nunca más.

Había una mítica en la saga del Titán. Y él lo sabía. Algún que otro hecho y hasta asertos suyos lo confirman. Era el hombre que Cuba esperaba para la carga colosal, para el esfuerzo definitivo. Todo el mundo estaba consciente de eso: el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el cuerpo de altos oficiales, incluido el General en Jefe Máximo Gómez. También el enemigo. Por eso todo el período precedente supuso salvar incomprensiones, dudas, dificultades, y por supuesto, las gestiones de España para impedirlo.

Las arcas del Partido habían quedado exhaustas tras el fracaso del Plan de Fernandina. Maceo pedía seis mil pesos oro para una expedición que llevara a los combatientes desde Costa Rica hasta Cuba. Martí le respondía que únicamente contaba con dos mil. Luego el hombre de Baraguá bajó la cifra a cinco mil.

¿Creía el General Antonio que Martí guardaba con excesivo celo el caudal de la organización? Es posible. ¿Influiría la percepción de quien está ya acostumbrado a manejar y administrar sumas de dinero al frente de La Mansión en Nicoya? Pudiera ser. ¿Se había quedado conectado con el proyecto grandioso que se malogró en enero de 1895 por la indiscreción o la traición del coronel López de Queralta? Igualmente, probable.

Era indispensable Maceo en el campo cubano, pero la falta de dinero devino difícil escollo por salvar. No obstante, otro general, de menor jerarquía, pero de tanto valor, Flor Crombet, radicado también en La Mansión, aseguró que con los dos mil pesos podía sacar a la gente del país centroamericano.

La decisión de Martí, consultada con Gómez, debía de ser rápida como exigían las circunstancias, pero no dejaba de ser dramática y hasta grave. Por eso la suma atención de Martí al escribir la carta. Maceo y Flor estaban envueltos en un duelo para cuando terminara la guerra. Y había que subordinar a Maceo a un hombre de menor rango, con quien, además, tenía pendiente un lance de muerte.

La unidad entre revolucionarios cubanos pudiera parecer una entelequia, hasta simple retórica en la boca de alguna gente. Pero en Duaba se perfila como latido del corazón. Martí le consignó a Maceo que nadie debía privar a Flor de ese servicio a la Patria. Y creo que poco se valora ese inmensísimo mérito del general del labio roto por el beso de Cuba.

El espionaje hispano, como a cada rato sostengo, eficientísimo, siguió a la expedición desde la partida el 25 de marzo de 1895 de Puerto Limón. Con la suficiente información en sus manos, la diplomacia peninsular maniobró para detener al Adirondack. Extendió quejas, exigió acciones a las autoridades costarricenses primero, a las británicas después, antes de arrancar de tierra tica, y a su paso por Jamaica y por la Isla de Fortuna. La autoridad moral de aquellos hombres y la astucia en cada puerto, burlaron a los tentáculos del integrismo colonial.

El estado del tiempo tampoco estuvo de su lado en aquella recalada decisiva para la causa cubana el primero de abril de 1895 en las cercanías de Baracoa. La expedición Crombet-Maceo debió de sortear el mar encrespado, el viento, la lluvia: la furia de natura como entuerto. Y en aquellos mismos confines libraron el primer combate. Y consiguieron la primera victoria.

El libro La Expedición del Honor, publicado por la Editorial Oriente, del historiador cubano Hugo Crombet Bravo, el nieto de Flor, resulta un milagro. El ensayista, el narrador, el dramaturgo, el poeta, logran el puzzle exacto de las tantas fuentes, el epítome justo, encantador que como tributo nace de la noble raíz del heroísmo.

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