La Casa Natal de José Martí

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Humilde es la Casa. La vida del prócer parece un signo a su imagen y semejanza. Muchos años después, él mismo radicó que le salieron del corazón aquellos versos en un invierno de angustia desde el amor a la sencillez, porque creía –dijo—en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras.

La Habana resulta un mosaico de la tipología constructiva del planeta. Aún prevalecen rasgos de mansiones, levantadas a partir de lo neoclásico o del barroco. Pero allí, junto a la Muralla que subraya los confines del centro histórico de la Villa de San Cristóbal, perdura la pieza arquitectónica modesta donde José Martí vino al mundo el 28 de enero de 1853.

El catolicismo de aquel hogar, parece haberle marcado sus días. O definirle el destino. Es bastante crística la vida del hombre como su propia obra, donde halló un justo sitio el Ismael arrancado del hogar; el David incomprendido por los hermanos, de honda en ristre frente al Gigante; el Carpintero de Nazaret que pone la otra mejilla, y que acá, del otro lado del mar, cultivará la misma rosa blanca para amigos y para enemigos.

Los Evangelios cuentan que en un simple pesebre llegó al mundo su salvador. La historia de estas tierras de promisión, recoge que en aquella casita número 41 de la entonces Calle Paula, arribó el Apóstol de un nuevo tiempo, dispuesto no solamente a fijarlo al vivir, sino también a equilibrarlo.

El cristianismo perdura por miles de años como fuente del pensamiento, a partir de la prédica de unos hombres que nadie cree capaces de mentir. Aquel espacio querible de La Habana Vieja, trasciende desde un momento particularmente difícil, en que se sostenían otras hipótesis en torno al lugar de nacimiento de José Martí.

La ciudad conserva claramente en su memoria aquel primer homenaje público al hijo amado en enero de 1899. Se inscribía en la agenda de una comisión presidida por Juan Gualberto Gómez. La vivienda estaba alquilada. Los inquilinos de ocasión debieron de enterarse en ese instante del valor del sitio ocupado. Y tal vez oyeron hablar por primera vez sobre aquel ser excepcional, que se había echado encima la conquista de una patria al costo de su propia vida.

No es para sorprenderse. La profesora María Luisa García Moreno, autora de un estudio relacionado con los puntos de La Habana donde residió el héroe, repara a cada rato en el asombro de mucha gente de nuestros días, que jamás imaginó experiencia semejante. Calle Paula número 41 no fue (ni es) una excepción.

Entonces más que ahora, se afirmaba que Martí, hijo de un artillero del ejército español, había nacido en el hospital de San Carlos de la Cabaña. Según algunos, el militar valenciano habría llevado a su esposa gestante a la unidad de cuidados médicos de la vieja fortaleza en busca de una mejor atención. Y que allí dio a luz un niño varón el 28 de enero de 1853.

En aquel enero de 1899, doña Leonor Pérez regresó al inmueble al calor del homenaje numeroso de los hermanos del alma de su hijo. En compañía de Rita Amelia, por cierto, la única de los vástagos en sobrevivirla, subió a la planta alta. Allí, en confesión acaso emocionada, le dijo que entre dos muritos que ya no estaban, había tomado el primer caldo tras el nacimiento de su Pepe. La palabra de la madre del Apóstol de Cuba, fija en la historia la vigencia de la Casa Natal.

En la sencillez del poema, se consigna echar la suerte con los pobres de la Tierra. Es un principio grande como un templo. Fueron los humildes tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, los que dieron para la causa lo poco que tenían. Sin ver el objeto de la obra por el velo necesario de los escudos invisibles, acompañaron y creyeron. Y de la mano de ellos mismos, se pergeñó en la fachada la tarja que aún identifica y que se hizo historia desde el inicio.

En la entonces Calle Paula número 41, hoy Leonor Pérez 314, vivió el pequeño Pepe unos tres años. Millones de cubanos la nombran simplemente la casita de Martí.Entre sus paredes conferimos colores irrepetibles a nuestra infancia. Y volvimos al reencuentro de un estado de espíritu de la mano de nuestros hijos, y luego de nuestros nietos. Decía una colega que siempre nos sale al paso un niño. Sigue siendo el hogar de la esperanza más grande del mundo.

El 28 de enero de 1925 devino museo necesario, para regresar una y otra vez a la raíz esencial de la Patria. Desde el propio aserto del héroe, la Casa Natal sería seguramente un manantial perenne en esa fragua de ideas, taller de la fuerza diaria y nueva, la morada limpia donde el Apóstol de Cuba descubrió la primera chispa para emprender la batalla de la vida.

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