Ser maestra o maestro no es sencillo. En mi niñez escuchaba a mi padre hablar de su maestra Emilia, y de sus palabras siempre escapaban adjetivos plenos de admiración por aquella educadora, muy recta, pero a la vez con mucha ternura.
Luego viví la experiencia, y más de una vez me descubro desempolvando recuerdos y en ellos siempre aparecen mis maestras y maestros de las enseñanzas Primaria, Secundaria, Pre universitaria y de la propia Universidad.
Afortunada por contar con educadores encantadores, porque realmente encantaban sus clases. Entraban al aula, y el silencio daba paso al saludo y luego comenzaba la cita con el saber, y de que una aprendía, aprendía.
Ser maestra o maestro no es sencillo. Se requiere vocación, es preciso amar ese oficio, es imprescindible sentir que no se asiste al aula solo a impartir una clase, sino también a afianzar valores.
La memoria abriga en San José de las Lajas a educadores inolvidables como Angélica Valido, Orbita o el Nano, ellos dejaron a la posteridad a través de su ejemplo un legado de amor infinito por el magisterio. Sus discípulos guardan para toda la vida la enseñanza primordial, esa que testifica consagración, sensibilidad, respeto y sobrado interés por forjar a mejores seres humanos.
Hoy día es común encontrar a educadores en disímiles desempeños. El éxodo aún late en el sector educacional y duele saber que no recordemos, que un buen médico, un buen arquitecto, una magnífica diseñadora, un deportista, contaron durante casi 18 años con maestras y maestros en una buena parte de su vida.
Ser maestra o maestro no es sencillo, es compromiso, lealtad, pasión, entrega. Como dijo José Martí son letra viva. Así percibió el más universal de los cubanos el arte de enseñar:“La enseñanza -¿quién no lo sabe? – es ante todo una obra de infinito amor.”