Sin ti, pero siempre contigo

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Cuándo era una niña sorprendí a mi madre con una pregunta: ¿Qué pasaría si Fidel un día se moría? Mi madre calmó mi angustia diciéndome, que él era eterno, que eso nunca iba a suceder y yo lo creí.

Asumí tanto aquella respuesta salvadora de mis preocupaciones infantiles como su explicación sobre los temblores en mi natal Santiago de Cuba, que ninguno nos haría daño porque mi papá, era capaz de mandarlos a parar.

Divina inocencia que me permitió sortear los miedos, hasta que la adultez me demostró que mi padre me regalaba un fuerte abrazo cuando aquel evento ocurría y que solo podía detener mis temores; sin embargo, con Fidel, fue diferente, con él sucedió que me aferré al argumento materno y confieso, que me cuesta mucho deshacerme de él.

Por eso esta vez, todavía no logro creer que ya no está. He crecido muy aprisa, y mi madre a la altura de sus 91 años ya no me puede asegurar que no va a morir, más alivia mí y su pesar con una frase esperanzadora: No mueren aquellos que no dejamos morir.

Me descubro entonces en el intento de escribir una crónica y no logro ese parto de la creación. Corren las horas y se me hace un nudo en la garganta y se me oprime el pecho. Me duele la fiesta que algunos ilusos cocinan desde ese norte que cobija a despiadados y fomenta brebajes de rencor.

Me asusta el odio y su ligereza, me asombra el delirio de los que cruzan sus copas, ofenden, maldicen y arremeten con ofensas cual dardos envenenados. Más, en medio de ese lado de espanto, decido voltear la mirada, hasta esta orilla nuestra en la que yace un terrenal, que murió un día de historia y hasta en eso supo ser un vencedor, porque no murió cuando otros quisieron, no cuando otros programaron su partida, sino en un noviembre que nuevamente marca en el calendario una fecha especial.

Murió Fidel. Que fría noticia. Por encima del dolor de unos y de la alegría de otros, está esa presencia que humano alguno puede negar. Los que le lloran y aman de este lado y los que danzan sobre la tristeza ajena del otro, más sobre esa realidad, sigue vibrando Fidel y creo que ellos, los del otro lado, no se han dado cuenta.

Anda en titulares, de voz en voz, en la inmensidad de los que le honran, en los que distinguen su talla, en los que saben que ahora el compromiso es mayor y habrá que multiplicar saberes y tácticas para sortear esos obstáculos que a kilómetros de distancia solía ver.

No puedo escribir la crónica que quiero. Se me pierden las palabras precisas. Ya sé que has muerto y se me escapa la imaginación traviesa, vuelve una y otra vez a mi mente, y comprendo al trovador cuando a fuerza de guitarra dice que la era está pariendo un corazón. Habrá que andar sin ti, pero en el corazón y en el pensamiento, siempre contigo.

 

 

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