Sexualidad en la Tercera Edad

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La sexualidad es la forma en que cada individuo se comporta como mujer o como hombre en cada momento de la vida. Por lo tanto es un error reducirla a las relaciones sexuales. También forman parte de ella, manifestaciones como besarse, abrazarse, el contorneo al caminar, en el caso de las mujeres, y los famosos piropos emitidos por los hombres.

Es por ello que muchos plantean que la sexualidad nace con la vida del ser humano y termina con la muerte. La idea de que la sexualidad es privativa de los jóvenes, se transmite de generación en generación, desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, nuestros ancianos se enfrentan  a un alargamiento de sus años, sin estar preparados para ello. Por esta razón, la idea de muerte sexual se convierte, para las personas de ambos sexos, causa gran ansiedad.

Al entrar en la edad madura y aproximarse a esa etapa crítica, pueden aparecer trastornos  de la función sexual, de índole puramente psíquica. De ahí que una buena preparación para enfrentar la sexualidad en la tercera edad, resulta ideal.

En la vejez, los cambios fisiológicos sexuales son muy variables de una persona a otra y en general tienen que ver con una disminución de la libido, una mayor lentitud y una menor intensidad en la respuesta sexual. A nivel estrictamente biológico se conoce que disminuyen los estrógenos y la testosterona, lo cual afecta la potencia o capacidad  eréctil en el hombre y la lubricación vaginal femenina respectivamente.

También disminuye la respuesta contráctil, lo cual hace que el clímax sea más breve en ambos sexos. Además el aumento de la refractariedad en el varón, provoca que la frecuencia de las relaciones sexuales disminuya a un tercio de lo habitual. La erección puede disminuir, perderse o recuperarse en una o varias oportunidades durante un coito prolongado, e incluso, en muchas ocasiones, el pene no alcanza una completa ingurgitación hasta momentos antes de la eyaculación.

Pero esto está relacionado con la intensidad de los estímulos sexuales. De ahí la importancia de realizar un intercambio amoroso con estimulación permanente en las zonas erógenas. A pesar de estos cambios que se consideran normales, las personas pueden vivir su sexualidad hasta una edad avanzada y ello favorece su salud tanto física como psicológica, lo cual contribuye a elevar la autoestima o autovaloración.

Sin embargo, factores de tipo sociocultural son muy importantes en este sentido, ya que la sexualidad de los mayores está cargada de estereotipos, prejuicios y discriminaciones. Todo esto conlleva a que la propia persona se excluya y limite a sí misma al no permitirse vivir su sexualidad, por vergüenza, culpa o para no recibir castigo, cuestionamiento o rechazo social.

Numerosos factores psicosociales también inciden directamente en el desarrollo de la sexualidad en la ancianidad. El modelo de sexualidad dominante es, tal vez, el que más la determina. Caracterizado como modelo juvenil, genital, heterosexual y al servicio de la procreación, resulta extremadamente amenazante para los adultos mayores, pues viven, indudablemente, un proceso de  deterioro.

El modelo de figura corporal atractiva dominante, basado en la juventud, esbeltez, vigor físico y ausencia de grasa, hacen que la vejez sea sinónimo de fealdad. Todo esto provoca que muchos ancianos, por el mero hecho de tener más de sesenta años, consideren que no pueden atraer a los demás y se autolimiten en sus relaciones.

No obstante, hay quienes superan los tabúes en esta importante etapa de la vida y se deciden a enfrentar con seguridad y con amor su sexualidad. Según algunos investigadores, el deseo sexual no se ve afectado por el envejecimiento y  puede estar presente, incluso, hasta el momento de la muerte.

Hay estudios que  apuntan a que la libido, en algunos casos, aumenta a lo largo de la vida. Si ocurre esta pérdida, se debe más a sucesos psicológicos, creencias o estereotipos erróneos. Los cambios fisiológicos que se producen en los ancianos no deben impedir las manifestaciones sexuales entre ellos, por temor a “fallar” en el momento de materializarse el acto sexual.

No podemos pretender que la sexualidad en esta etapa se produzca con los mismos patrones de la juvenil. Aunque muchos lo ignoran, las ventajas están presentes; el hecho de que la eyaculación en el hombre anciano demore más, trae aparejada la posibilidad de un disfrute mayor; la pérdida de la capacidad reproductiva de la mujer elimina la preocupación de un embarazo, la elaboración de tensiones laborales y cuentan con más tiempo para disfrutar de sus propias vidas.

Ante todo esto, cabe una reflexión que debemos interiorizar y, por supuesto, poner en práctica: Asumir la sexualidad de forma placentera y responsable, contribuye, sin lugar a dudas, al bienestar biosico y social de nuestros adultos mayores.

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