La Décima, viajera peninsular

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La décima es quizás el suceso cultural más común para Iberoamérica.  Aliento y naturaleza se originan en el ritmo interior de la lengua española, la misteriosa cadencia octosilábica de un idioma florido en el que se expresan centenares de millones de seres humanos en el mundo. 

El ya el desaparecido poeta cubano Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, la denominaba “viajera peninsular” por esa condición de andar por caminos infinitos, de fructificar en sementeras disímiles.  Por esa pertenencia plural, la décima no abandona a los humildes que son la mayoría en cualquier parte y los acreedores de la esperanza. 

Eso explica las claves populares de la estrofa.  Desde el alba de la humanidad nos llega en forma de coplas para cristalizar luego en los libros.  No precisa de tribunas ni de academias para ser cultivada, lo que no justifica que por visiones elitistas la excluyan de programas docentes y que no aparezca suficientemente en los juicios de la crítica literaria. 

En las convocatorias de premios se consigna más o menos que “se concursará en poesía y en décima”, como si la espinela no figurara dentro del universo poético.  

Poco a poco la décima deja de ser asunto exclusivo de guajiros –como usualmente se creía antes— y se extiende en la práctica y en la significación de lo cotidiano.  Las controversias se insertan en espectáculos variados y se multiplica el trabajo con los niños. 

Así y todo, la atención debe ser mayor.  Hay un aspecto humano en el reconocimiento a los poetas, y de paso, un aporte para que la décima preserve sus esencias de identidad y de fraternidad entre muchos pueblos de la tierra.

 

 

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