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Colombia aún sangra por las heridas de Gaitán

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El cuento, aún inédito, asegura que Colombia es el auténtico nombre de Jorge Eliécer Gaitán. Su asesinato pasado el mediodía del 9 de abril de 1948, suscitó una de las más cruentas sublevaciones populares que se recuerden por estas tierras: el Bogotazo. Aunque existen versiones sobre las últimas palabras del presunto asesino, la frenética muchedumbre lo linchó en un santiamén, y desnudo lo arrastró por las calles para dejarlo casi destrozado frente al Palacio Presidencial.

Son muchos los testimonios sobre el crimen y, por supuesto, no son nada coincidentes. Una buena parte de ellos aparece en el libro El Bogotazo. Memorias del olvido, del historiador y periodista colombiano Arturo Alape. Este propio autor logró una formidable entrevista con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Como se sabe, el joven Fidel estaba por esos días en Bogotá, coordinando un congreso latinoamericano de estudiantes, y hasta había recabado personalmente el apoyo de Gaitán.

En la agenda del líder liberal colombiano, aparecía un encuentro para ese propio día con Fidel y otros organizadores, señalado para las dos de la tarde. Pero a esa misma hora, una declaración desde la Clínica Nacional anunció oficialmente el deceso de Gaitán, y Bogotá comenzó a arder. Desde entonces transita la calumnia de inculpar al líder histórico de la Revolución cubana con aquel magnicidio que cambió la historia de Colombia.

 

Y se escriben novelas donde la ficción, siempre superada por la realidad, teje acercamientos a la muerte del célebre abogado colombiano hace 75 años. Algunos títulos: El día del odio, de José Antonio Osorio; Viernes 9, de Ignacio Gómez Dávila; El cadáver insepulto, del ya mencionado Arturo Alape, y El crimen del siglo, de Miguel Torres. A partir de esta última narración, apareció luego el filme Roa, el apellido del presunto asesino, quien según testigos, no fue el que disparó contra el líder de los liberales del país sudamericano.

 

Las fuentes coinciden en que Juan Roa Sierra fue encerrado en una droguería cercana, para protegerlo de la ira popular. El farmacéutico le habría preguntado por qué lo hizo, y el joven Roa, presa del pánico y de la desesperación, le respondió algo así como que eran cosas difíciles de explicar. Otros aseguran que antes de morir en manos de la gente enardecida, Roa Sierra negaba su participación, que alguien lo había señalado de repente, gritando: “¡Ese fue!”, por lo cual se asustó y corrió.

 

El suceso aparece en la producción cinematográfica Cóndores no entierran todos los días, de Francisco Norden, basado en la novela homónima de Gustavo Álvarez Gardeazábal. El hijo de Plinio Mendoza Neira, amigo de Gaitán, quien le acompañaba en el momento de ser baleado, recordaba particularmente a un hombre que habló a Roa Sierra y que lo desarmó. Fue identificado luego como el detective Pablo Emilio Potes, quien –dicen—antes de morir le confesó al coronel Luis Arturo Mena Castro, que él era el asesino. Ciertamente, como consigna el cuento inédito, aquel hombre representa a un país, porque Colombia aún sangra por sus heridas.

 

 

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