El primer entierro de José Martí

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 José Martí ha sido inhumado cinco veces desde su trágica caída en combate aquel domingo 19 de mayo de 1895. En cuatro ocasiones, incluida la definitiva, los enterramientos se verificaron en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Pero de la primera vez que el cuerpo del Apóstol fue depositado en una fosa, no suele escribirse ni hablarse tanto, aunque en los libros y en la oralidad existe una pródiga cantidad de detalles.

El cadáver, como se sabe, quedó en manos del enemigo. Aunque si bien es cierto que no hubo una soldadesca de comportamiento execrable, tampoco le dispensaron dignidad. La columna del teniente coronel José Ximénez de Sandoval lo llevaba atravesado en el caballo del canario Carlos Chacón, prisionero de los españoles, el mismo hombre del encargo de compras de Martí a Ventas de Casanova, y que dio la ubicación de los patriotas.

La tropa hispana llegó de noche a la finca Demajagual. En más de una parte se consigna que “soltadas las amarras cayó al suelo el cadáver”. Así, con estrépito probable, fue arrojado el cuerpo del héroe en el fango tras la abundante lluvia de aquellos días. Las crónicas afirman que fue al pie de un jobo, que ya no existe, pero que durante muchos años constituyó objeto de peregrinaje a su memoria. Allí permaneció hasta el amanecer del lunes.

En horas de la mañana, dicen que a las 9:00, arribaron los peninsulares a Remanganaguas. En la tarde ya estaba dispuesto el entierro. Cuatro soldados se ocuparon de la tarea. Como intuían que los mambises tratarían de rescatar el cuerpo de su amado líder, lo situaron en el fondo de la fosa, debajo del cadáver del sargento español Joaquín Ortiz Galisteo, pero la paz no será jamás ofrenda para él, ni siquiera en la muerte.

En encendida arenga poco antes de morir, había dicho que por Cuba se dejaría clavar en la cruz. Y resulta que al tercer día como Jesús, por decisión del mando colonial, el cuerpo del Apóstol no estará más en aquel sepulcro. Se le encargó al doctor en Medicina y Cirugía Pablo Valencia y Forns y a su ayudante, que se le practique la necropsia al cadáver, ya en avanzado estado de descomposición. Para la historia quedó el acta firmada por el médico, y el testimonio del carpintero ayudante Jaime Sánchez, quien colaboró con Pedro Ferrán Periche en la construcción del ataúd.

Ya avanzada la tarde del día 22, siempre después de las 5:30, Valencia y su ayudante, cumplieron el encargo. El cuerpo de José Martí sería trasladado a Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, en un trayecto que el formidable libro de los historiadores cubanos Omar López Rodríguez y Aida Morales Tejeda, denominan Piedras imperecederas. La ruta funeraria de José Martí, publicado hace casi 20 años por la Editorial Oriente.

En el cementerio de Remanganaguas se levantó un modesto obelisco de mármol, inaugurado el 19 de mayo de 1942. Por aquel punto pasaba en tiempos decimonónicos el camino real. Nuevas rutas, la propia Carretera Central, alejaron el paso de la costumbre del sitio donde por primera vez José Martí recibió cristiana sepultura, como se dice en una de las placas conmemorativas.

Y si las visitas no son tan frecuentes, como a Dos Ríos y a Santa Ifigenia, por lo general abundan quejas sobre la conservación del sitio. Para los lugareños, en cambio, aquel punto guarda un gran simbolismo. Allí quedaron las vísceras del Apóstol, y hasta por mucho tiempo perduró la leyenda de que el oído bien aguzado a la tierra de Remanganaguas, podía escuchar el latido de su corazón.   

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