El asesinato de Jorge Agostini

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Ante la debacle de la tiranía batistiana, un grupo de sicarios escapó rumbo a los Estados Unidos en el barco Martha III. A bordo, los fugitivos se jugaban lo que ellos cínicamente denominaban sus “ahorritos acumulados con el honesto sudor de las pistolas”. Entre ellos iba Julio Stelio Laurent Rodríguez, el asesino de Jorge Agostini Villasana.

En las biografías de Agostini, se significa que fue un destacado deportista y combatiente revolucionario. Era un soldado de profesión. Ahí estaría su afición por deportes relacionados con el combate. Practicó el tiro, por supuesto, y también la esgrima.

En la espada y en el florete, representó a Cuba en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla en 1946 y de Guatemala en 1950; en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948, y en los primeros Juegos Panamericanos de Buenos Aires en 1951. Obtuvo reconocimientos. Y ganó medallas.

Por lo visto, le habitó una permanente pasión por la mar, tal vez cultivada por las apasionantes expediciones mambisas de la epopeya decimonónica. Como militar de carrera, integró el cuerpo de la marina de guerra. En la Escuela Naval de Mariel, llegó a ser profesor de artillería.

La lucha contra la dictadura de Gerardo Machado, la admiración a Antonio Guiteras Holmes, y el estallido de la Guerra Civil en España, fueron perfilando su destino. Recuerdo que alguien denotaba cierta vez la prioridad de permanecer al lado de Espartaco, siempre contra los Césares. Pasara lo que pasara. Y ese fue un signo en aquella voluntad, que no flaqueó ante una revolución que se fue a bolina, ni con la dramática caída de la República Española, ni con la dura prueba del campo de concentración.

Allá, en la península, en aquella primera trinchera contra el fascismo, libró combates navales. En uno de ellos fue herido. Contribuyó a burlar el bloqueo enemigo a Cataluña, y a organizar luego la retirada de las huestes republicanas, ante el avance de las tropas franquistas apoyadas por la Alemania nazi de Hitler, y por la Italia fascista de Mussolini.

A su regreso a Cuba, ocupó nuevamente un puesto en la marina de guerra. La madrugada del golpe traidor del 10 de marzo de 1952, fungía como jefe de la estación naval de Camarioca. El revolucionario, como es lógico, no comulgó  con aquella puñalada a la esperanza de cambiar tantas cosas en las elecciones del primero de junio del propio año.

Agostini volvió a conspirar. Y como en otras ocasiones, siguió el camino del exilio. En mayo de 1955, los moncadistas estaban ya libres. Pocos días después, ya se sabe del regreso clandestino del héroe. Aquel 9 de junio de 1955 se dirigía a una reunión en la calle 4, número 355, entre 15 y 17, en El Vedado capitalino. Pero fue víctima de una cobarde delación.

Capturado por la policía, Agostini permaneció con vida hasta la llegada de Julio Stelio Laurent Rodríguez, el jefe del Servicio de inteligencia Naval de la tiranía, quien le propinó un violentísimo culatazo en la cara. Ya en el suelo, le disparó varias ráfagas. En el cuerpo le contaron 21 impactos de bala, 13 de ellos en el cráneo. Su cadáver fue arrojado frente a la Casa de Socorros, donde se certificó su deceso.

Estados Unidos desoyó una y otra vez el justo reclamo del Gobierno Revolucionario de extraditar al asesino. El crimen quedó impune. Pero como afirmó el reconocido periodista cubano Víctor Joaquín Ortega, el héroe se levantó en la vibrante denuncia de Fidel en el vespertino La Calle, volvió a la vida en cada triunfo del deporte cubano, en la tradición combativa de la Marina de Guerra Revolucionaria que defiende los confines del archipiélago rebelde, en la gloria de millones que jamás se rinden ante el asedio del vecino prepotente.

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