Contra el mosquito: la unidad

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Gracias a ese don maravilloso de los lajeros, que es la solidaridad, hemos logrado mantener alejado al Aedes Aegypti de nuestros hogares.

Y es precisamente justo a la hora de la fumigación que siempre aparece un vecino para ayudar a Marcela, la anciana de mi barrio, con sus muletas, a salir hasta la bodega de la esquina y esperar por 45 minutos para volver a su casa.

También le tienden la mano a Yami, con su pequeña bebé, que necesita bajar por las escaleras el cochecito y el bolso con los biberones a esa hora de la mañana que el resto de la familia está trabajando.

Porque todo el vecindario está consciente de lo inaplazable de la medida y toda la gente coopera para hacer de este, un acto necesario para combatir al Zika, ese virus que mata y trae dolor a todos.

También andan por estos días chapeando solares y recogiendo basura, destruyen todo el desecho que permita al mosquito proliferar, latas, cáscaras de huevo, neumáticos en desuso, jabas de nylon, todo es ubicado correctamente para evitar la infestación.

Sin embargo, esta no es la primera vez, ni la última, que se juntan las manos de mis vecinos en una actividad social de tanta importancia. Antes fue cuando azotaron los ciclones, hubo hogares convertidos en cuarteles para proteger a los más desvalidos.

Pero este enemigo es más fuerte que una tempestad y no hace ruido.

El mosquito pica y no cree en razas, ideologías o niveles económicos, aquí o en cualquier otro lugar del planeta el peligro es el mismo y solo con el esfuerzo de todos logramos vencerlo.

Pero claro, si de algo estamos seguros los lajeros, es que en la unión está la fuerza y no dejaremos que vuele el mosquito porque todos precisamos de la salud y la tranquilidad.

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